Mi vida como capataz – Nene Carrillo
Mi vida como capataz comenzó en el año mil novecientos sesenta, cuando, con dieciséis años de edad, tuve que salirme de debajo de los palos y comenzar a llevarlos por las calles debido a una desgracia que ocurrió en mi familia. Mi tío. Manuel Tinoco Respeto -más conocido por el «Pogno»-, sufrió un accidente laboral, a consecuencias del cual murió, dejando vacante su puesto de capataz que, por consenso familiar, recayó sobre mí.
El primer paso que conduje como capataz fue el primero que salía el Domingo de Ramos de aquel año, el Cristo de Columna. Lo sacaba de la iglesia mi padre, pues yo, por mi corta edad, no tenía la suficiente experiencia para dirigir esa maniobra, y una vez en la calle, ya seguía solo la totalidad del recorrido. Ese mismo domingo salían otros dos pasos más: La Virgen de las Lágrimas, que sacaba mi tío Fernando, «El Conino», y el Cristo de Medinaceli que era llevado por mi otro tío. Paco «El Largo».
De aquellas procesiones del Domingo de Ramos, con la Hermandad de la Columna, que realicé durante muchos años, guardo muy buenos recuerdos. Para mí son inolvidables las subidas de Real hasta Losada, con la vuelta que se hacía al paso, a la altura de San José, para que las monjitas y acogidos en el Hospitalito le vieran la cara a las imágenes. Luego, más arriba, se repetía la maniobra al llegar al Colegio de la Salle para «volvérselo» a la representación de la Comunidad Lasaliana que se ponía en la puerta del colegio. El primer «aguaero» que daba ésta hermandad tenía lugar en «Casa Arsenio», una tienda de ultramarinos que existía en la esquina de las calles San Diego con Las Cortes y que era famosa por su buen vino. Una vez que pasaba la Carrera Oficial de Rosario, venía la inolvidable subida desde Capitanía General, otra vez por Real. Todos estos recuerdos, más de veinte años, serían larguísimos de contar por lo que voy a referirme a uno solo por su originalidad: Un año, todavía no sé porqué, se recogieron las dos cofradías, con sus tres pasos, a la misma hora, circunstancia que no volvió a repetirse ningún año más.
El Lunes Santo estuve ligado, desde un principio, a la Hermandad de los Estudiantes, dando la casualidad de que aquel año del sesenta era el del estreno de su magnifico paso dorado. Con la cuadrilla de Afligidos comencé a disfrutar de las ventajas del «medio ganchete», esa técnica de carga que aprendí de los viejos cargadores con que trabajaba en Factoría de Subsistencia, que se hacía imprescindible en las maniobras de salida y recogida de éste paso, por la poca altura que tenía la puerta de la antigua Iglesia del Cristo, y teníamos que sacar el paso a ruedas, con las «patas» recogidas hasta la tarima de madera, donde se hacía la primera «levanta». Los cargadores se ponían en cuclillas, con el hombro y la mano derecha por debajo del palo y la otra mano apoyada en la rodilla izquierda para ayudarse. Cuando se levantaba, todos se quedaban de esa forma de cargar.
Los Martes Santos: Caridad, otra de mis hermandades fijas. En ella estuve tanto de cargador como de capataz, debido a que la Oración del Huerto la había cogido Perico Sánchez, y era la única que cargaba nuestra cuadrilla en ese día. Entre mis recuerdos de ella, su recorrido, que siempre fue igual, desde la salida hasta Ancha y su retorno por Real hacía arriba, hasta que, un año se cambió el regreso por San Marcos y, después de un interto por Manuel de Falla, se modificó la subida por Comedía, que ya el primer año, lo mismo que todos los que vinieron detrás, se convirtió en uno de los sitios de más embrujo para ver procesiones durante la Semana Santa Isleña. Otra de las coincidencias: siempre fui con el mismo mayordomo: Juanini, al que reconozco su buen hacer y su humanidad en el trato con los cargadores, que hacía que nos superáramos con ésta Cofradía.El Miércoles Santo no tiene para mí recuerdos como capataz, era el día de descanso que aprovechaba para acercarme a ver Vera-Cruz, al que siempre le guardé un gran respeto y me impresionaba bastante la seriedad y el fervor con que procesionaban sus hermanos.
El Jueves Santo comenzaba a media mañana en la Herrán, donde mi padre confeccionaba las listas del jueves y viernes. Los pasos de aquel día eran: El Silencio con su Virgen de la Esperanza y el Perdón, que salían por la tarde, el Nazareno y la Virgen de los Dolores que aunque salía de madrugada, llevaban algunos’cargadores que hacían doblete y por eso había
que hacerlas pronto para comunicárselo temprano.
El jueves comenzaba, para mí, de capataz en la Virgen del Silencio y después en la Lola. Los recuerdos de esta noche, que viví durante tantos años, se agolpan en mi memoria. Los encuentros del «Gordo», donde el Cristo seguía hasta la Plaza del Carmen y la Virgen lo esperaba en la misma esquina. Cuando dejaron de realizar este encuentro cortaba su recorrido por Losada, alargándolo por el otro lado hasta llegar a la Plaza de Tetuán. Recuerdo sus noches de agua – que fueron bastante, pero salía la procesión a pesar de todo a su encuentro con la Isla- sus saeteros; «El Mellizo de las Flores», «Chato de la Isla», «El Compare» y «La Camiona», pero sobre todo las subidas de Capitanía con la Lola y los cargadores del Nazareno nos contemplaban desde la Plaza de la Iglesia en espera de efectuar la famosa recogida. Otro recuerdo para mi imborrable era la «Banda de Bermejo», que le tenía cogido el aire al Nazareno como ninguna y era con la que mejor se mecían sus cargadores.
El Viernes Santo no falté nunca a la cita con Soledad mientras la tuvo mi padre. Siempre fui de cargador con la cuadrilla denominada de la «familia» que era la única que se cargaba pues el Santo Entierro salía con ruedas. El recorrido de esta procesión se realizaba con un «meció» solemne, tal vez motivado por el cansancio de toda la semana cargando. Recuerdo, de las salidas procesionales de ésta Hermandad, que siempre la acompañaba la Sra. Viuda del General Várela, incluso años más tarde, siendo un niño aún, lo hizo su hijo vestido con el uniforme de la Legión. Uno de aquellos años, se rompió un palo en la calle General Valdés, a la altura del almacén del Medinaceli, cediendo un palo ésta Cofradía para que pudiera continuar el recorrido.
El Sábado Santo se comenzaba a retirar las «maeras» de las iglesias. En el ajetreo de los traslados se pasaban ratos inolvidables que luego se remataban en la Herrán.
Y para finalizar, el Domingo asistía, acompañando a mi padre, a la Función del Resucitado. Luego, en la Herrán, se terminaba de pagar a los cargadores, sobre todo a los que habían cargado toda la semana, y se finalizaba con una especie de «fin de fiesta» en el que participaban todos los cargadores.
Nene Carrillo
Publicado en Boletín «Medio Ganchete» de la «Cuadrilla Niclás Carrillo» año 1994.