El nazareno por la esquina del Gordo
Narración de las vivencias de un niño, que nos describe como pudo ser una noche de aquellas del Nazareno por la esquina del gordo.
El niño absorto de la noche única
Pasada la medianoche, ya empieza a subir gente de las Callejuelas, así como también un río itinerante de público llega desde la Ardila y ambos confluyen en la Esquina del Gordo hacia el centro de la Calle Real.
Es ya madrugada del Viernes Santo.
Dicen que en la próxima iglesia de San Francisco está a punto de recogerse la cofradía del Silencio. En su entorno están las luces apagadas, como es tradicional. Solamente el redoble fúnebre de un tambor sirve de guía al cortejo procesional. Inmediatamente después de la recogida, la banda de cornetas y tambores, que ha despedido a las imágenes con la marcha real, pone en juego ya toda su instrumentación y se dirige hacia la iglesia Mayor, de donde saldrá a las dos la cofradía del Nazareno. Eso cuentan ahí.
Algunos esperan al nazareno por la esquina del gordo
Pero no todos los transeúntes se alejan hacia la masa espectadora del acontecimiento, sino que algunos se quedan en la Esquina conversando, o bien se meten en el bar del Gordo, o en el de Gabino a tomar café. En El Gordo se oye la voz candida de Manolo, que está al cargo del bar; le ayudan Figurita y Manolo Cañavero, como camareros improvisados. Hay mucha concurrencia en el recinto. La gente entra y sale de él y charla a retazos en la Esquina, en ambas aceras, la noche es mansa y con balbuceos de estrellas.
Los escalones de la Tienda de ultramarinos y el del Puesto de Amalia, mi madre, están ocupados desde hace horas por Pepa Cañavero, su hijo José, Rosario la Tuerta, Agustín Sierra, María Mijita, entre otros… En el interior del Puesto de Amalia, Pepe el churrero y Antonio el de Rosalía preparan todos los pertrechos necesarios para la venta; ya está la harina amasada, el anafe encendido, los peroles con el aceite y los moldes y la batea reluciente con las tijeras para cortar las ruedas de los churros.
En la puerta que da a la calle Real, en cuyo espacio está instalado el mostrador con la báscula, muy cerca de la batea, un mazo de papel para envolver desplegado con sus mil puntas de estrellas de estraza, arriba, en el centro del bastidor de la puerta, Amalia pone en esta noche excepcional una gruesa lámpara, un foco como un enorme ojo de cíclope que se ve a gran distancia, desde Las Monjas, o antes incluso, si se viene de la calle Real; viniendo del Carmen, el foco se destaca apenas se doble la Esquina de Quintana y desde la puerta de la Tienda de Juanito Cindo; si te sitúas en la calle Benjamín López, entonces el foco se puede ver desde el Callejón de Arenal, o sea que los vecinos de los recientemente inaugurados pisos de funcionarios de la Bazán, pueden, si quieren, ver el foco emitir desde lejos su lengua publicitaria de fuego, suponiendo, claro, que no se lo impida la esquina del Muerto de Togores, o las ramas de las palmerillas que desbordan el muro hacia la carretera, de la Huerta del Lagarto.
Como yo soy niño de apenas dos años, mi madre no me aparta el ojito vigilante y tengo que contentarme con ver desde la puerta a la gente que está sentada en el escalón y a los que están de pie en las aceras, menudeando en conversaciones; oigo las risas de los contertulios de José Cañavero que desgranan un repertorio léxico henchido de guasa e interjecciones intranscribibles, la gente que sale y entra en el güichi del Gordo o en Casa Gabino, los que bajan o suben la calle Mendizábal haciendo comentarios:

Mientras tanto, la Esquina se va poblando de gente que llega y permanece conversadora en las aceras.Algunos, como todavía falta para que llegue la procesión, bajan a uno de los dos bares para tomarse un café y una copita de anís o de coñac. Miro hacia la puerta de El Gordo y veo a Figurita llevando la bandeja de los cafés y la voz de Manolo dando órdenes para que el barullo deje paso a, los camareros. Humo, olor a café tostado, murmullos, voces perdidas, y, al fondo de la calle Mendizábal y por encima del Patio San Antonio la luna completa, círculo marmóreo fijo y rodeado de un esplendor de gloria silenciosa, aupando el azul oscuro inmenso como la carpa de un circo mágico donde vagabundean las estrellas.
La muchedumbre, en grupos informales , sube y baja de la Calle Real.
-Viene por la Alameda. ¿No oyen ustedes los tambores?
Sigue subiendo gente de las Callejuelas en una vaharada de rumores y pasos acelerados.
(Como un gran oleaje hasta la Esquina las callejuelas, pleamar de hervores, con los ojos lentos y madrugadores subían en rumor desde las Albina).
Con la mirada tendida a lo lejos de la Calle Real veo riachuelos de la aglomeración que se bifurca en múltiples direcciones. En la fachada de la casa que está próxima a la carpintería del Muerto hay una bombilla cubierta por un plato enmohecido que en las noches de levante cruje y envía una lucecita pobre, como de pésame, y ahora está, está como en otra noche cualquiera, ahora quizá más animada por el calor del gentío, por los tambores de la banda municipal de Bermejo, y es seguro que este año viene también Parazuelo tocando el tambor, con los ojos entreabiertos, medio dormido tal vez, el hombre, como el año pasado cuando bajó por esta calle la procesión.
(Jesús llegaba. Luego, peregrina tras El, su Madre. Un nudo de fervores
se desataba: encuentros y temblores…)
En la Esquina los presentes jalean entusiasmados al saetero:-¡Venga, Compare, otra, otra!La emoción alcanza un grado impensable. Hay otro saetero .que compite con el Compare, y el Compare le responde después. A ese otro le llaman el Palma.
(la saeta:»…esa cara tan divina…»)
La procesión ete año va a cambiar el rumbo y en vez de bajar por Mendizabal, Santa gertrudis y subir por la calle Carmen hasta la Calle Real otra vez, ahora va a subir por Benjamín López. Al iniciarla, el paso de Jesús hace una ceremonia especial bajo el balcón de El Chico. El Chico tiene una hija que padece una enfermedad cruel que le afecta, según me he enterado, a todo su esqueleto.

El paso, comandado por Paco Tinoco, que vive en el patio de la Carnicería, es un primor de movimientos -dice la gente que me rodea- ejecutados por los cargadores que saben que en el balcón hay una muchacha en «la flor de su vida toda doblada de dolores incurables», de los que se dice que no se puede poner buena.
El paso de la Virgen de los Dolores no sigue al paso de Jesús, sino que se queda en la misma Esquina, a la espera de que Jesús vuelva y reanudan el itinerario otra vez hacia la Calle Real.
Mientras tanto, la Esquina es magma de gente que aplaude a los saeteros, también a los cargadores de ambos pasos, que fingen un emotivo encuentro entre Jesús y su Madre. Entonces las bandas de cornetas y tambores rivalizan en una sucesión de marchas procesionales; la emoción se acrecienta y el público es un hervidero de «¡Rey de los cielos!» y «¡Oles!» amortiguado por los tambores, las cornetas, y, para la Virgen, una marcha que ya se adueña de la situación, tal vez dicen : «Estrella Sublime», o «Virgen de las Aguas’.
Por un instante, miro de nuevo la luna que sube por el fondo del Patio de San Antonio más grande todavía, como si fuera un chorro redondo de cal viva que se hace ostensible y llama la atención para decirme que ella también forma parte de esa noche nazarena en que todo el barrio vuelca aquí su corazón como una alcancía que se rompe de llena que está y dispersa sus monedas de emoción por la Esquina, viejo mentidero de fe al Nazareno y a la Patrona, pudridero también de mariscadores y pescadores en paro cuando la lluvia pertinaz o el viento de Levante aullador los inmoviliza en La Esquina y los condena al chascarrillo y a la media limeta consoladora.

Pero hoy todo es distinto. Hoy está Jesús aquí, en la noche única, en la noche histórica de la Isla, y todo se les olvida: y el zapatero José Cañavero, y su madre Pepa, y Rosario la Tuerta, y Agustín Sierra, y María Mijita ya no están de broma, sino que miran a Jesús salpicados de lágrimas fugaces y nudos clandestinos en las gargantas, y el Compare saca aún coraje de las cuerdas de su garganta, mientras que aún suenan las campanas de las Monjas, con las puertas de su iglesia abiertas y el altar mayor iluminado, -dicen- para despedir a Jesús, a la vuelta, y a su bendita Madre, con su palio encarnado, bajo la enfurecida trompetería de Bermejo y la dulzura de la banda de música, ensimismada de marchas tras la Madre del Señor de la Isla.
(Allí sonaba el corazón isleño;
rompía allí a los pies de quien es dueño
de su historia y del Puente hasta
la Ardila).
Los dos pasos se alejan. El caudal del gentío se descompone en varios afluentes que toman la Calle Mendizábal, o Benjamín López, o Alsedo, o hacia El Carmen o la Ardila. La lengua de humo de los churros lame el potente resplandor del foco y la gente serpentea en una cola informe en torno a la puerta, de donde salen algunos con papelones de churros hacía El Gordo o Casa Gabino, o la otra Cafetería de la esquina de Quintana. Desde más allá de las Monjas, tal vez desde la calle Comedias, se oye la Banda de Música de la Virgen rodeada de personas excedentes de la penitencia que debieran acompañar a Jesús, pero que van detrás del paso de su Madre.
(Cuando todo acababa, aquel delirio
ya era un lejano resplandor de cirio
y una esquina otra vez sola y tranquila…)
Juan Mena.
Publicado en San Fernando Información año 1995.