Un milagro del Nazareno en el año 1839
En la Semana Santa del año 1839, y con ella el memorable suceso que ilustra el exvoto que origina este comentario, que nos ha llegado por gentileza de Dª Milagrosa Vela, viuda del inolvidable D. Manuel Garcés de los Fallos Ristorio, que era biznieto de Dª Josefa Merelo de González, la señora por cuya acción de gracias se realizó la pictórica ofrenda, y que de momento parece ser el único testimonio gráfico que poseemos, de una gracia concedida por el titular de Penitencia de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de los Dolores.
Se trata de una tabla de 38×28 centímetros, pintura atribuida a la propia beneficiada, con un estilo ingenuo y directo que quiere premonizar al naif y que recoge un instante del milagroso acontecimiento. A la madrugada del Viernes Santo del año 1839 y a la salida de la procesión, como afirma la cartela del exvoto, Dª Josefa Merelo de González, propietaria y vecina de la finca número 30 moderno de la Plaza de la Iglesia, que ocupa actualmente la Caixa, se sintió gravemente enferma, por lo que rogó a sus familiares que la asomaran al cierro, para que pudiera ver el desfile procesional, y encomendándose fervientemente a Nuestro Padre Jesús Nazareno, al cruzar por delante su <>, el Señor misericordioso accedió a concederle la gracia no sólo de terminar con su enfermedad, sino también el don feliz de continuarle la vida <>
La escena dentro de su sencillez es de un encanto sorprendente, demuestra unas dotes de observación fuera de lo común en este tipo de representaciones y combina perfectamente idealización con un absoluto realismo, circunstancia que nos facilita el veraz conocimiento de dudosos supuestos. Bajo un cielo nocturno salpicado de cirros, una luna plena, tan redonda como testimonial, confirma el plenilunio de Nizán. Sobre un diorama arquitecturalmente trastocado, se levantan las supuestas fachadas de la Plaza que abre su chaflán a la calle Real.
En uno de los cierros de los Sres. De González-Merelo, abiertos los postigos los familiares rodean y sostienen a Dª Josefa. A la izquierda, al límite del cuadro, extrañamente se sitúa el perfil poco definido de lo que en contraposición, hipotéticamente, pudiera ser la Iglesia Mayor. Pero frente a esta licencia de posicionamiento espacial, coronando algunos huecos de los pisos altos, aparecen perfectamente situados esos guardapolvos o bateaguas, de inconfundible sabor colonial, que fueron muy abundantes en la Isla y de los que hoy queda, escasísimos ejemplares.
Detalles de la época
Orillando la acera, en líneas de fugas convergentes que centran el cierro votivo, un zócalo de personajes –autoridades, damas, portadores, monaguillo con incensiario en vaivén humeante, hermanos de atributos, cirios, bandera plegada, faroles, bocinas- hacen fila delante de los pasos del Nazareno y la Dolorosa, enfrentados, tal cual ahora a la recogida. Y penitentes sin capirotes, con horquillas a la cabeza y cola de ambos pasos; el del Señor con faroles en los extremos, el de la Virgen con candelería delantera y los dos, con caídas de paño. Jesús, sobre peana, caminando con túnica y larga cruz; María, las manos enlazadas, luce manto y corona, bajo un palio de cajón al que sujetan seis varales con macollas.
Y algo que ya no se sabe si es fruto de la imaginación o del paso del tiempo: el cuerpo del Nazareno de tal manera se ha difuminado que, colocado delante del cierro, parece transparencia, como si se filtrase a través del herraje a la sala, quedando sólo en la calle su sombra sosteniendo la figura rotunda de la Cruz.
Todo un entrañable exvoto, cargado de historia y sugerente tradición.
José González Barba.
Publicado en Diario de Cádiz del viernes, 5 de abril de 1996
Reeditado por El Güichi de Carlos. Historias de La Isla