En las distintas ciudades y pueblos de nuestra provincia existen dos modalidades –según vayan dispuestas las trabajadoras- de cargar pasos. Igualmente, existe dos denominaciones para los hombres que se ocupan de este menester: cargadores y costaleros. Sobre los hombros o espaldas de estos hombres depositan las cofradías lo más querido por ellas; sus Titulares; confiando los pasos a la maestría del capataz que, embutido en traje de respeto, al finalizar la estación de penitencia será, en definitiva, el responsable de los éxitos o fracasos de la cuadrilla.
Dentro del universo heterogéneo y lleno de posibilidades de las cofradías se encuentra inmerso en el mundo emotivo- con sentimientos, características y terminología propia – de los cargadores y costaleros.
Estos días se encuentran afanados con los ensayos, confeccionando las listas, igualando los cuerpos, haciendo las –mudás- examinando las trabajaderas de tal paso de Misterio o probando los zancos de un palio. Se designan los pateros -que según potencia, pericia y estatura- irán cargando en los ángulos de la parihuela procurando evitar que se asiente la trasera. La experiencia será factor determinante a la hora de nombrar el “contraguía” especie de peón de briega del capataz y que, situado en la primera trabajadora, transmitirá las órdenes de éste al resto de la cuadrilla.
Estos hombres, que durante el año se dedican a la más diversas labores y que cuando llega Semana Santa cargan pasos, sufren una transformación de espíritu desde el momento que echan mano al pañuelo de seda a la –almohá- o a la “ropa”. Cargadores y costaleros que más que con sudores y esfuerzos, sacan a Jesús y María con amores, fervores y devociones. Hombres de labor callada y anónima que se mueven en un espacio limitado pero a la vez infinito; limitado por las dimensiones de la parihuela e infinito por las nobles intenciones que les motivan cargarlas.
Cargadores y costaleros, trabajadores en un mundo de tinieblas propiciadas por el discreto piloto del interior que contrasta con el brillo luminoso de candelerías y tulipas. Bajo el tablero impera la madera desnuda, no hay barniz, ni oro, ni estuco, sólo madera limpia que contacta íntimamente; en el exterior reluce el brillo de los dorados, la policromía de la canastilla, los destellos plateados de los respiraderos… Dentro, aferrados a su cruz de palo, relucen los corazones de unos hombres que sienten la inmensa satisfacción de saberse portadores de Jesús y de María y que, obreros del fervor, les ofrecen su trabajo como la más hermosa dádiva.

Unos hombres que este año una vez más, se superaran para cumplir valientemente como su fe les obliga y la tradición cargadora de nuestra tierra les responsabiliza.
José Carlos Fernández.-
Diario de Cádiz, marzo de 1986 (remitido).