fermin galan

La Plaza de Fermín Galán de la Isla (plaza del Rey) en aquella mañana de Domingo de Carnaval era un apoteosis, el gentío impresionaba, era el día y hora señalada para que todas las agrupaciones, coros, comparsas y chirigotas recogiesen en el atrio del Ayuntamiento de mano de las autoridades, los libretos con la aprobación o censura de las letras.

Los numerosos bancos de madera que contorneaban la Plaza y los jardines, estaban llenos de personas ansiosas de escuchar las canciones de las diversas agrupaciones.

fermin galan

Otros, se apretaban en la escalinata del atrio para no perder los gestos de los figurantes mientras escuchaban los couplets.

En estos Carnavales de 1933, el alcalde de la ciudad D. Manuel Castejón Amores, había advertido de un Bando Municipal a los isleños, que solo se le permitiría circular por las calles con disfraz y careta hasta las once de la noche y para aquellas mascarillas de varones con disfraces femeninos, le estaba prohibido con ir con la cara al descubierto, debiendo utilizar el antifaz.

Esta prohibición disminuía el número de adeptos aficionados a vestirse de mariquita por la cara, por lo cual la casa de disfraces de la Portuguesa que estaba situada en la misma Plaza bajaron las peticiones de ropas del llamado sexo débil.

El conjunto presentaba un bello aspecto, la fuente central estrellada manaba agua constantemente, las pérgolas que sostenían el emparrado llenos de flores, se adornaban con numerosas palomas que levantaban el vuelo al escuchar los sones del bombo de las chirigotas.

Las sillas y veladores de los bares de vecinos habían ocupado la plaza y alrededores de éstas correteaban, los vendedores de marisco, que con sus chaquetillas blancas parecían un bando de palomas de las que volaban por el contorno.

El aire se llenaba de los pregones de estos vendedores. ¡El marisco bueno! ¡Bocas de La Isla! ¡Camarones ! ¡El cangrejo y la cangreja! ¡Trompos buenos! ¡Ostras del Cantábrico!

El célebre Victoriano, el de la Gran Vía (primitiva ubicación esquina calle real e Isaac Peral), aquel día había recogido las gallinas que picoteaban alrededor del mostrador y de la trastienda y visiblemente cabreado por lo que se le venía encima decía para su coleto ¿Carnaval? ¿Pa qué sirve tanto jaleo? ¿Pá hacerle la puñeta a uno?

Y es que lo que se le venía encima era impresionante, nada más y nada menos que Fonoy y Bolillo, con una masa de público tan enorme detrás que entraban a borbotones por cada una de las cinco puertas de la tienda.

Había hecho bien el montañés en esconder las gallináceas, porque entre el público, había muchos barqueros y salineros parados, que hubieran hecho aquel día un buen puchero con gusto a manzanilla de Sanlúcar, ya que las aves bebían el precioso líquido que goteaban de los barriles.

Aquél día, la pareja de comparsistas se presentaban vestidos con unos trajes muy singulares que llevaban sobre ellos prendidos cientos de latillas de «ecla» (marca de crema limpieza de calzado).

Las cajas habían sido aplastadas previamente sobre las vías del tranvía y al roce de unas y otros sonaban insistentemente sobre los trajes.

Con una tembladera que le cogía todo el cuerpo y sonaban una y mil veces las latillas, lanzaron al aire en clave de solfeo el siguiente couplet.

Dóo,Rée,Mii,Faa,Sóo,Laa y entre pandereteos de las latillas criticaban la instalación de una caseta fotográfica en la plaza de la Iglesia, en donde aparecía el tronco de las personas, faltas de las caras de los interfectos.

El couplet decía:

En la Gran Plaza la Iglesia

todo aquel que quiera retratarse

en llevando la cabeza

el cuerpo falta no hace.

Toda persona que esté enferma

y que quieran que le haga su retrato

pueden mandar la cabeza

metida dentro de un saco.

Allí tiene precio su figura

de torero o de Charlot

y metiendo ya Vd. la cabeza

ya sale Vd. superior.

Entraron unos recién casados

este Carnaval que pasa

ella salió de torero

y el de Charlot ¿Con qué gracia?

Ella como dije antes de toreador

y con la espada estaba juncal

señalando para el pobre marido

parecía que quería tirarle una estocá.

Cantaron estos personajes la sin par coplilla con tanta gracia y salero, sonando a intervalos el sonajero de sus cuerpos que el público gritaban a rabiar. ¡Esto sí que es el Carnaval».

Respiró tranquilo Victoriano cuando vio a salir la comitiva que seguía a los comparsistas, sin notar que por la última puerta se le colaban los «Duendes de Zaragoza» que al son de: Chin, Pum, Chim, Pum, Chim, los Negritos del Betún, mucho le gustan el atún, cata Pum, Chim, Pum.

Y de esta forma tan bullanguera, el Carnaval echó a andar en esta Isla de León, un día de febrero de 1933.

Recuerdos de Luis Cristóbal Roncero en La Cuestión.

El Güichi de Carlos – Historias de la Isla

Foto plaza F. Galán