El día se hacía viejo. Eran las tantas pero las tiendas seguían abiertas. Todo a veinte duros. La Navidad acababa de pasar aunque para él ya había empezado la Semana Santa. Las piernas le temblaban. Seguía bañado en sudor e intentaba poner en orden sus sentidos. Venía de su primer ensayo. Andaba solo entre la bulla de las rebajas. En sus oídos todavía retumbaba la primera marcha de cásete con la que se le cayó el cielo encima: AMARGURA. En un escaparate de San Rafael permanecía encendido un belén. Al mirar la figurilla del «Niño Manué» pensó en la velocidad con que pasan treinta y tres años. La frontera entre la vida y la muerte, la razón y la locura, es muy frágil.
Como su abuelo en la época de Tinoco o su padre en los tiempos de Nicolás se había estrenado en la responsabilidad de cargar con el «INRI» de su primer» palo». Se sentía importante. A una trepa de su casa alguien le espetó: «¿Como ha ido éso?». «Bien», respondió con media sonrisa. «Ya me contarás mañana en el «tuto». Nos vemos». La vuelta a la realidad fue brutal. Al día siguiente tenía un examen de Física. Su evocación de la carga tendría que esperar. Entró en casa. Besó con ternura a su madre quién tras advertir un «No te vayas a enfriar, chiquillo» fue corriendo a encender el butano y le preparó la ducha. Su padre le preguntó por una novia que no acababa de llegar y él respondió enseñándole el hombro enrojecido. «Ponte una pomada, niño. Y dile al NENE que no te dé mucha caña»
Ante el espejo del cuarto de baño notó las primeras agujetas. Con el agua caliente se vino arriba Después de sentirse reconstruido y repasar insistentemente con la palma de su mano derecha la quemadura que tenía encima del hombro, hurgó en el frigorífico y se fue a su cuarto. Tenía que estudiar pero los recuerdos de aquella primera experiencia mágica le obligaban a hacerse el remolón. Recostado en lo que ahora creía una almohada gigante sucumbió a la mirada inquisidora de sus libros de texto. Fórmulas y más fórmulas. Cristos y vírgenes andando por la Isla. La tabla de los elementos.
«Toca cuando quieras». Física y Química. «Fondo». Y se durmió.
En el túnel del sueño convirtió su cama en un paso de palio. Le expresó a algún compañero que tenía miedo a ver la vida desde un respiradero, pero una voz interior le sugirió que no había mejor manera de continuar sus tradiciones. En el vértigo de la salida procesional repasó todas las leyendas que le contaron sobre «cargaores» viejos que dieron incluso su vida por un jornal que les servía, sobre todo, para dar de comer a su gente y a la vez engrandecer esta expresión popular que es la Semana Mayor de la Isla. ‘Te seguiré hasta el final y dejaré mi casa, mi familia y mi pasado», como hicieron aquellos pescadores de Galilea. «Será mi tributo al Jesús de la fatigas y a su Madre desconsolada», se convenció recordando lo escuchado en un antiguo pregón.
‘Te prestaré mis pies para que camines. Mi cuerpo para que me encierres en la cárcel de varales del palio. Mis oídos para que escuches nuestras marchas. Mi voz si la pierde de emoción el capataz». No sabía rezar de otra manera. Un flahs que lo inmortalizaría ante futuros «cargaores» disparó el sueño hasta el instante previo a la primera «levanta». Recolocó la almohada. Preguntó otra vez si había amarrado bien. Respiró profundamente para aliviarse la presión de la faja, pero no había manera. Intentó jugar a clavar los dedos de sus pies en el fondo de las zapatillas y se prestó a escuchar la voz del NENE.

En ese momento sonó el despertador y saltó de la cama como si acabara de caerle encima la primera «maera». Se colocó las ropas que encontró al pie del ropero, agarró los libros, y sin pasar por el lavabo abandonó su casa camino de la Iglesia Mayor. Los rayos del sol le recordaron el amanecer nazareno de la Isla. Cuando llegó al templo las puertas estaban cerradas. Dejó los libros junto a la reja que tantas veces sirvió para marinear por la «madruga» y empezó a repasar la lección de carga que había recibido unas horas antes en la Magdalena con el acompañamiento de una AMARGURA de cásete. «Pasito corto y a la banda». Compás de la Isla Escuchó el eco de un clamor futuro de Domingo de Ramos y se paró en el punto donde debe empezar la rampa de Lágrimas y Columna. Desde «La Sacristía» alguien comentó con tono apocalíptico «¡Cómo está la juventud!». Se puso de rodillas, dio gracias por el sueño y se fue a cargar, sin miedos, con un examen de Física.

La gente antigua de la carga de La Isla
Nino, Chico Carmona y Beregildo. Fotografía de la colección de la Cuadrilla de «Nicolás Carrillo», publicada en Boletín «Medio Ganchete» año 1995


Manolo Casal.
Publicado en Boletín «Medio Ganchete» de la Cuadrilla de «Nicolás Carrillo». Año 1996.