Colgar el sambenito
Quién tiene colgao el sambenito, es difícil deshacerse de él. Fotografía cedida por Juan Antonio Vijande Fernández.

COLGAR O PONER EL SAMBENITO A ALGUIEN: Mala nota, descrédito que pesa sobre alguien.

El sambenito, o saco bendito, era un hábito penitencial cuyo uso arranca de la Inquisición medieval. Debían llevarlo los que comparecían en el auto de fe, siendo entonces negro con algunos dibujos -llamas o demonios – alusivos a la suerte que amenazaba al condenado. Cuando el sambenito era impuesto como pena, era amarillo con la cruz de San Andrés bordada en la espalda y en el pecho. En los primeros tiempos se castigó a llevar el sambenito de por vida, pero luego las sentencias solían equiparar la obligatoriedad de su uso con el tiempo de reclusión -era el castigo de cárcel y hábito– o bien imponían llevarlo en la vida cotidiana durante un cierto periodo, lo que acarreaba el escarnio y mofa de los vecinos. Quitárselo entonces constituía una falta grave.

El uso del sambenito no sólo fue u castigo para le víctima, si no también para su familia y para sus descendientes. Y ello porque se introdujo la costumbre de ordenar que los sambenitos de los penitenciados fueran colgados en las catedrales, y luego también en la iglesias parroquiales, lo que perpetuaba la infamia de la familia. Incluso cuando las ropas se deterioraban, eran reemplazadas por paños donde figuraba el nombre, linaje, crimen y castigo del culpable. En tales circunstancias, no fue infrecuente que los familiares y descendientes trataran de robar o esconder los sambenitos, provocando, como contrapartida, que una de las obligaciones del inquisidor al visitar su distrito fuera precisamente comprobar que todos los sambenitos estaban en su sitio y que se encontraban en estado de perfecto reconocimiento.

Juan Antonio Vijande Fernández,
Asociación Isleña de Historia y Cultura “As de Guía”