El cojo matraca
Con su muleta repujada, neobarroca, llena de incrustaciones y talabarterismo, lucía el cojo, en las esquinas del Mesón del Duque vendiendo papeletas.
El fondeadero del negocio hacíalo en el Mesón por no tener enfrente al paraiso de su asueto; El Dean, en cuyas botas boderiagas dormía, cristalino y opalescente, el ansia de sus venas, o sea, el vino.
Las cogías mortales. Bebía como si fuese a implantar la Ley seca. Acodado entre dos botas, con la muleta como arpón entre la única pierna y el resto, iba tornando sus ojillos en candorosos mirares a medida que los libros le ocupaban el ánimo.
-Que bueno que está, hoé.
-Hombre, pero no abuses.
-¿Y a usted que le importa, cojones?.
Tenía el carácter arisco, peleón y se podría decir que endemoniado cuando entraba en sus meditaciones y catarsis a fuerza de la bebida, no se crea.
El día en que metieron el alcantarillado por las calles de detrás de la Iglesia, también cercanas al Deán, donde vivía, llovió mucho. De ver era el barro pelirrojo con el agua por donde se atollaban los chiquillos. Fenicio barro atrapador que no dejaba trabajar a los hombres.
Una noche ventisca, de esas en que se va la luz y la gente no sabe sino quedarse en casa, el Cojo Matraca, que quería beber, abandonó la accesoria donde vivía como se abandona el barco, en medio del mar, pues a tal intensidad lluvia Guarnecido bajo un cierro vió que un camión cargado de barriles enfilaba por Jorgue Juan hacia el despacho de Mussolini.
-Lleva palillo, que rico está.
Con la ventisca y el agüilla el conductor no calculó o no vió la zanja colorada y paguipringue de los tubos y metió las traseras en la ola. El camión se hundió de atrás como un caballo relinchador y fiero. Una bota rodó, como la suerte y se estrelló sobre los restos de empedrado, largando en surtidor su hemorragia de caldo.
El Matraca como los buenos toreros, tiró la muleta, y a tres patas púsose de desplante bajo el chorro hasta que, aito, regüeldante, le llegó la hipnosis.
El dueño del camión, cuando descreció la tormenta, bajó de la cabina a ver si había remedio. La calle sola y triste con los alumbrados de entonces.
-Joé, chucho, quítate de ahí.
-Oiga, estoy empapao, pero hablo ¿sabes?
Respingo el que pegó, el cojo bajo el aguacero bebiendo como una sombra. La calle sola y la lluvia apretando.
Rafael Duarte.
Publicado en La Cuestión 1990. El Güichi de Carlos.
Reeditado por El Güichi de Carlos.
Diciembre 2009.