En los años del hambre, el piojo verde, los consumos, el estraperlo el arreo de las reses a caballo hasta la plaza de los toros y el auge egemononico del vino peleón porque si no comías caliente algún calor le tenía que llegar a la tripa si no te daba el muermo. Luís Benítez era talabartero en la plazuela de las Vacas. Como el hambre, cuando es universal, libre y directa en su albedrío dicen que vuelve imaginativos y trovadores a los que padecen, tal vez fuese con tal estigma por donde Luís Benítez aficionase a sedas y percales, al oro abarrocado de los trajes de luces, aunque hay quién dice que le vio rondando la Venta de Juan Vargas a esas horas en la que venta era oscuridad y de algún lugar de ella entre palmas fandangos y jondos lastimeros, y le oyó decir las dos sentencias por la Virgen del Carmen.
-El que tiene padrino se bautiza
-Donde hay patrón no manda marinero.
Intentó entrar en la cuadrilla de Rafael Ortega, en la de Bienvenida y en la del diestro de Borox, con misivas enviadas desde La Isla por diversos métodos, hasta los aviesos y torcidillos “tráfico de influencias” con alguna mujer segunda esposa y virgos dalga a las que ponen pisos en las afueras.
Mirusté, que yo quiero toreá con usté porque usté es figura. Niño de la Glorieta.
Nunca contestaron. Nunca se supo porqué se puso el sobrenombre si era de otro barrio. Nadie le vio cuando la noche pone la luna redonda como un huevo a incubar la madrugada, encaramado a las tapias del Matadero Municipal donde los sueños intentaban ser verdad, los hombres eran hombres, y los toros, toros, porque en los mataderos está la doble cita con la muerte cuando los animales la tienen por segura.
Un día al sacar los trastos del capó, el matador de turno que iba a lo Don Alvaro, lo encontró resumido junto al fundón de estoques llevando un saco por muleta.
Quiero ser como usté
Ante el trallazo de la verdád, o ante la esmirriada figura conseguida por privaciones genéticas que la postguerra instaura con más veracidad y presteza que las viudas y los traumas, el mataor le dejó
La vaca era colorá, viejas y algo bizca del ojo izquierdo. Cuando la vaca se arrancó, el Niño de la Glorieta cerró los ojos. Lo recogieron en el palco y antes de desmayarse por segunda vez dijo:
-Que dura es la vida. Coño.
Desde entonces cambió el oficio y como “Niño de la Glorieta” se metió a limpiador de zapatos, oficio que entabló con el tocaor de palmas para entrar en la Venta.
¿Y comió caliente?
-Yo que sé. Yo no me meto en la vida privada de la gente.
Rafael Duarte.
La Cuestión 1990