El maestro barbero
La barbería era como el palacio de cristal, llena de espejos oblongazos donde uno se veía con la papada amarrá al babero blanco mientras el maestro, barbero titulado en navajas y cortes, sacaba filo y brillo al instrumento pasándola sobre un cuero como el que juntaba manteca.
-¿qué va ha ser?
-Quitarme cuatro pelos.
Ritual era que después del afeitado y el arado de cogote que la infernal maquinilla trasara para aposento de los polvos de talco posteriores, al cliente invitase al maestro a un bulipepe campanudo de buen ver y de mejor tomar en la tienda de la esquina.
En los primeros de mes, la gente se pelaba por razón de cobro y estipendio y el maestro con tanto parroquiano a la media mañana tenía el cuerpo atronao, el pulso bizco y no sabía muy bien de que se hablaba, con la lengua abotoná con la cachaza del alcohol.
-El cartel de toros, el toro del cartel, o el puñetero cartel, que más daba lo confundía con el almanaque y con la hora de la berza y todo eso.
Cuando cerraba, como la cogorza acogotante no iba a ser bien vista en casa, pues las mujeres enviendo trrastabillear al esposo le formaban el cirio. El Maestro cerraba la barbería y deambulaba masticando vino hasta altas horas de la noche porque un día es un día y por dinero que no quede.
Por la noche cuando la mitad de las bombillas no alumbraba y la otra mitad no podía y el tiempo estaba malo y la tajá metía escalofríos más hondos que las manos en los bolsillos, el Maestro decidió retomar el hogar con una idea genial.
-Bienmesabe p ato er mundo.
Compró un papelón como una torre de la iglesia, grande, de a kilo, pa que sobrara pa la sobreasa al otro día.
Tiró por el callejón de la Iglesia oscuro como un cine. Con los embates del mareo y el suelo pringoso de los alivios de vejigas, se le cayó el papelón. Maldiciendo y jurando recogió todo lo que en el suelo prodigaba, todo lo que sonaba tibio entre sus manos. Llegó a la casa como Colón a América.
-Ea, todos a comer, pescaíto der bueno.
La mujer sacó el plato, volcó el hombre el contenido y ente la rubias tajadas de cazón estaban las rubiancas cagadas de bosta del cabellejo de Mascamaí, que por allí bojaba.
Se la liaron. Una cosa es comer y otra mezclar el culo con las témporas, sobre todos si estas eran de caballo Aunque fuese vecino.
Rafael Duarte.
Publicado en La Cuestión 1990. El Güichi de Carlos.
Reeditado por El Güichi de Carlos.
Diciembre 2009.
1810-2010.- 24 de Septiembre. Bicentenario de Las Cortes. Comienzo de la deliberación y aprobación de los decretos de la primera Constitución española de 1812 (La Pepa), en la Villa de la Real Isla de León.