Esteban Callealta vivía en el barrio del Cristo, en un patio de vecinos que había en la calle Calatrava, entre Santa Teresa y Lanza; un patio de vecinos con un pozo de ancho brocal de manipostería y vieja garrucha de candray, rodeado de tiestos de geranios y casi cubierto en verano con una añosa parra de uvas acidas y siempre duras como balines.Esteban Callealta Carretero era carpintero ebanista de la Maestranza; por as mañanas hacía su trabajo de arreglos varios, -cómodas y arcones para quien pudiera mandarlo-, artísticas metopas talladas que, sin desmerecer a nadie, menudo era él con la gubia y el barniz de muñequilla; por las tardes, en su propia casa, en el fondo del patio, donde en tiempos estuvieron los retretes colectivos y el cuarto de los anafes, se había apañado un cuartucho para el banco y las herramientas para hacer chapuzas, que no estaban los tiempos para fiorituras.El vivía con su mujer, Nati, en dos de las mejores habitaciones; una dando a la calle, con su cierro y todo, y en la otra, grande también, fue el primero en levantar tabiques para montar la cocina y el retrete dentro; que bastante pasó Nati al principio en aquella cocina estrecha, con los anafes de las siete vecinas; y eso que allí nunca hubo lo que en otro patios, que se robaban unas a otras hasta el carbón de la hornilla; o como pasó en la Casería, que sorprendieron a una prójima quitándole a la vecina la cuarta de carne del puchero y echándoselo en el suyo; allí, gracias a Dios, todos los vecinos procuraban portarse, y tanto los padres como las madres reñían a sus retoños si alguno salía montuno o dando malas contestaciones.

En realidad, en aquel patio, nada más entrar,se notaba que allí vivía alguien de Marina: las puertas, todas grises; el velacho o el juanete sacado de Excluidos -con seguridad del Elcano-, como toldo a dos aguas detrás de la parra; las cajas de proyectiles, como soportes a los tiestos de las flores; la torta de cemento, para alisar los viejos adoquines rodados; el orden, en fin, denotaba a las claras y sin mirar los driles grises en los tendederos que allí vivía alguien de la Armada. También se notaba, en aquel patio, que todos aspiraban a vivir más confortablemente, que no ocurría como en otros, que se iban abandonando poco a poco y la miseria acababa devorándolos a todos; no, allí se vela que cada uno aportaba lo que podía, para tener, incluso, su poquito de comodidad y hasta su lujo; como cuando entre todos se pusieron a hacer en el corralillo un pilón grande al que llamaron, pomposamente, piscina, para bañar a los niños y que, luego, por culpa del poco cemento, terminó de cochinera; siempre se acordarían de lo que pasaron para matar al cerdo que criaron entre todos, y todavía se están preguntando cómo y quiénes entrarían para llevarse del cañizo las morcillas y las butifarras, que no probaron ni una por dejarlas al oreo; y menos mal que los chicharrones y la manteca los guardaron en casa de Esteban, que ya tenía su cocina nueva, que por lo menos a algo tocaron después de tanto aperreo.

Patio Vecino San Francisco de san Fernando
El Patio de san Francisco Viejo Patio que en «aquellos tiempos» tenía la entrada a través de un callejón. Fotografía de www.elguichidecarlos.com

REPIQUE EN EL CRISTO (fragmento)
del libro «Por los Siglos de los Siglos»
de Francisco Carrillo