Hoy cuando estamos acostumbrados a pagar en la mayoría de los centros comerciales y comercios tradicionales con las llamadas “tarjetas de crédito”, liquidar en cómodas cuotas durante meses, o inclusos años el importe del empleo (dinero gastado) más los intereses, es impensable retroceder en el tiempo y pensar; ¿cómo se las apañaban en aquellos tiempos, sin las susodichas “tarjetas de créditos” los cañaíllas?
En la segunda mitad del pasado siglo, e incluso en las dos décadas sucesivas, el llamado dinero de plástico no era popular entre el
público humilde por dos cuestiones; Una que los Bancos no fiaban y no arriesgaban su economía en las personas de poca fiabilidad monetaria aún teniendo trabajo todo el año. Otra, que los sábados se cobraba los jornales por semanas en dinero constante y sonante (efectivo), y cuando llegaba el miércoles, ya no había fondos en la mayoría de las casas.
Entonces, había que acudir a los prestamistas o al Monte de Piedad, pagando la deuda con intereses o, visitar a los tenderos del barrio (minoristas de artículos y mayoristas de “buenas acciones”), auténticos “quita hambres“de muchas casas, que suministraban todos los avíos necesarios para la comida y el día a día.
El importe del dinero empleado y no acoquinado (pagado), en una libreta se anotaba las cantidades de cada mandao. La suma total se transcribía a la libreta del deudor en sendas sumas aritméticas que normalmente, no guardaba una verticalidad correcta. La libreta “partía” en dos mitades, – debían cuadrar en cantidades iguales-, eran custodiadas una parte por el tendero, y la otra por el ama de casa.
Los que cobraban los sábados, con el dinero fresco acudían a liquidar las deudas y borraban, o partían, las hojas anotadas en presencia del deudor y acreedor. El hecho de pagar bien todas las semanas, abría nuevamente las puertas de las confianza del tendero para que, a mitad de la semana siguiente, ya se tenía que utilizar nuevamente el cuaderno.
Los chicucos sabían de las familias que no cobraban asiduamente y aguantaban las deudas hasta que éstas le pagaba un dinero a cuenta, para incrementar mucho más, en los mandaos que se llevaba ése día en la chivata (bolsa que dejaba ver los artículos).
Especial atención y larga fiabilidad tenían aquellas isleñas que sus maridos estaban de emigrantes en Alemania, Francia y otros países europeos, y que los giros postales se los traían los carteros tan sólo una o dos veces en el mes. Fecha que por supuesto conocía el chicuco.
El reconocimiento y homenaje a cuantos chicucos, tenderos, almaceneros, gentes de refinos, y todos los que “financiaban las necesidades de las casas isleñas y no cobraban una gorda (*) de más por ello”.
El güichi de Carlos.
(*) 1 gorda = 10 céntimos de pesetas. También era la suma de 2 perras chicas de 5 céntimos de pesetas cada una.
10 gordas = 1 peseta = Menos de 1 céntimo de €uros.