Uno de la Isla que llegó a la Luna
La madrugada del 21 de Julio de 1969, en la Isla, al igual que en todos los hogares españoles, nadie dormía. Nos encontrábamos pendientes a la televisión.
Sobre las dos horas aproximadamente, por el único canal televisivo que teníamos entonces, -hoy es la uno de TVE- veíamos las imágenes en blanco y negro, con un montón de «agüilla», ya que la señal de la retransmisión que nos llegaba desde la luna a través de repetidores, no era nada buena. Apretábamos los ojos con el fin de ver mayor claridad en las imágenes.
Todos estábamos expectantes ante el acontecimiento histórico y mundial. Atrás habían quedado las carreras espaciales de las dos grandes potencias mundiales: los EEUU de América y la Rusia de la Unión Soviética.
Ya no se trataba de los viajes espaciales de la perra «Laika» o de un chimpancés. Aquella madrugada, por fin, el hombre pisaría el planeta. Neil Amstrong -que así se llamaba el astronauta- llegó y «alunizó». Al igual que todos los que lo presenciamos la llegada. Le vimos bajar del Apolo XI, dando saltos por la falta de la gravedad y brincar sobre la superficie lunar, dejando impresa las huellas de sus botas. Junto con su compañero Buzz Aldim, clavó un mástil con la bandera de los EEUU como significado de la conquista; la bandera ondeaba abiertamente, como se pone la española en el edificio de Capitanía, cuando nos visita el levante en la Feria del Carmen.
Lo vimos y, los más ancianos para nada se lo creyeron. La mayoría tampoco.Se pensó que sería un montaje como los de las películas americanas de ciencia ficción. El siglo XXI se veía muy lejos y cuando llegase, teníamos la convicción de ver platillos volantes por el cielo, como disfrutábamos viendo en las pantallas del Teatro de Las Cortes, en el Gran Cinema Madariaga o en el cine de Curro, entre otras tantas salas cinematográficas con las que contábamos.
En definitiva, quedó para la historia mundial como la conquista de la Luna por parte del hombre. Los americanos ¿habían inventado esta parodia para ganar y callar demostrando al mundo qué «ellos» fueron los vencedores de la carrera espacial? En aquellos tiempos, los rusos ya habían enviado en el año 1961 a Yuri Gagarin, convirtiéndose en el primer hombre en el espacio. La URSS era más potente en la conquista del espacio y consiguieron tomar iniciativas que los proyectos americanos.
El Mirador de San Fernando, único semanario qué se publicaba -los lunes- en la ciudad, no se hizo eco de la noticia. Ya daría por hecho que otros diarios informaron días antes. Radio Nacional de España a través de sus centros repetidores por la geografía española; TVE; la prensa y entre ella por supuesto el Diario de Cádiz anunciaba a toda página con fotografías de las imágenes que habíamos presenciado la madrugada anterior: «La conquista del espacio -con agüilla- por el primer hombre que llegó a la luna»
Cuanto equivocado estaban.
¡El primer hombre que llegó a la luna fue un cañaílla, una década antes!.
Efectivamente, ocurrió en una mañana lluviosa de aquellos inviernos.
Por la calle Muñoz Torrero –hoy General García de la Herrán-, más conocida popularmente como la «calle de los muertos en la Isla de aquellos tiempos», estamos hablando del final de los cincuenta (1957).
Era muy común todavía la existencia de coches de caballos de alquiler, como hoy conocemos el servicio de taxis que, por supuesto, ya existían.
Estos coches de caballos fueron las últimas unidades de aquellas bonitas berlinas, manolas y carruajes de épocas anteriores. Como dato curioso, os comento que en 1968, el Ayuntamiento conceden licencia de alquiler al último coche de caballo que existió en San Fernando y que, principalmente prestaba servicios en la Barriada de la Bazán, hasta los finales años setenta.
Pues bien, resulta que uno de esos cocheros de la Isla, poseía buen gusto hacia las mazorcas de maíz y era conocido con el apodo de “Mascamaí”, De oficio carbonero, contaba con despacho abierto de carbonería en la calle de San Pedro Apóstol. Como en muchísimos establecimientos de la época también vendía vino tinto, según nos comentó Rafael Duarte, y nunca vino blanco. La estancia para el caballo y el coche la tenía detrás de la carbonería. En sus últimos años de cochero, en el impresionante, bonito y populoso patio de vecinos de Madariaga permaneció el coche de caballo.
Hombre muy notorio en el gremio de los cocheros, aquella mañana borrascosa bajaba por la calle de los muertos “Mascamaí” con su coche de caballo. Posiblemente, de regreso de algún servicio al Cementerio Católico que habría acudido llevando a los dolientes. El suelo de la calle en aquel momento se encontraba pavimentado con “chinos pelúos”, aquellos cantos rodados que procedían del lastre de los barcos y los desembarcaban en La Carraca. El agua de la lluvia, aparte de perderse por los husillos, humedecía los chinos haciéndoles resbalosos.
A la altura de lo que hoy es «La Montanera», el caballo con sus herraduras de hierro comenzó a resbalar y patinar, una y otra vez. Al animal algo le debió de ocurrir interiormente, ya que más abajo, a la mitad del tramo de la calle, a la altura donde se encontraba el «Taller de Bicicleta de Vila» -posteriormente allí se ubicó la « Cervecería COMI» -de los Collado Miranda-; el caballo tomó velocidad realizando varios brincos que “Mascamaí”, con todas sus fuerzas no pudo aguantar al animal con las riendas.Todo ocurrió muy deprisa, según los testigos presenciales.

En la confluencia de dicha calle con la de «Calvo Sotelo» (Rosario), se encontraba el refino conocido popularmente como de los «Domínguez» , aunque realmente era ya de «los González», siendo una tienda de tejidos. La costumbre de los nombres populares de tiempos anteriores, hizo que vulgarmente al comercio de los «González» se le continuara denominándose con el anterior nombre comercial de «Domínguez».

Otro caso igual ocurría con los nuevos establecimientos de ventas de tejidos, retales, ropas, etc, que se le continuó denominándose como «refinos». En la Isla, cuando se deseaba comprar alguna prenda de vestir se decía: «Voy al refino». Raro era decir: «Voy a confecciones…»
En las esquinas de «la calle de los muertos» con la de Calvo Sotelo, era donde habitualmente se despedían los entierros por parte de los menos allegados a la persona fallecida; bajando a la derecha, se encontraba el bar «Correo» de Ruiz Caro, que era donde se tomaba la chiquita de la costumbre al despedir al entierro; junto al bar, ya en la plaza de la Iglesia, la papelería «La Voz” de Espejo. En la otra esquina había un despacho de plátanos y posteriormente otro despacho de billetes de la Renfe –hoy es «La Esquinita de Carmen».
El local donde estaba Los «Domínguez» hoy es una entidad bancaria. Contaba con grandes escaparates donde exponían retales de telas para vestidos, sábanas, trajes, toallas, ropa de baño, mantelería y, por supuesto, al llegar la primavera maniquíes vestidos de primera comunión.
Volvamos al momento en que el caballo de «Mascamaí» perdía el equilibrio o brincaba: con la misma, sobre la “LUNA” del escaparate chocó y frenó el coche de “Mascamaí” muriendo en el acto el caballo. El suceso fue cubierto por el guardia municipal de servicio en la plaza de la Iglesia, Manolo Viciana, que, por cierto, era su primer día en el Cuerpo.

Aquel accidente en toda la Isla tuvo repercusión. Fue tan comentado que incluso en los Carnavales siguiente sacaron un cuplet que decía entre otras letras:
«Mascamaí a la Luna ha llegado… con un coche y un caballo desbocado…»
Al final la letra decía:
«¡Mascamaí, no llores más!, ¡No llores más!. ¡Mira el caballo…!
¡Mira el caballo que contento está!»
De esta manera, este singular cañaílla se convirtió, de manera accidental y casual, en el primer hombre que llegó a la luna, y no aquel americano de años después.
El Güichi de Carlos.
Con la colaboración de Martínez Pasión.
Junio 2008.

Coche de caballo de alquiler. Las paradas de los coches de caballo de alquiler siempre se han ubicados al rededor de la Plaza de la Iglesia. El coche de la fotografía viene a estar situado frente al Centro de Congresos (o en el antiguo paso de peatones del Cine Almirante).