Napoleón en la Isla de León, puente zuazo SAn Fernando

Cansados de las infamias y humillaciones que prodigaban los militares franceses y no obstante estar el Gobierno español envilecido e intimidado, en los meses de mayo y junio de 1808 se oyó en todas las provincias españolas el grito de guerra.

La sangre de Madrid vertida los días dos y tres de mayo clamaba venganza y, a pesar de que se conocía el poder agigantado de las veteranas, aguerridas y victoriosas tropas invasoras, los españoles fiándose de su valor y de la justicia de su causa se levantaron casi unánimemente contra la traición y la perfidia de Bonaparte.

Napoleón estaba firmemente convencido de que controlando a Carlos IV y a su hijo Femando VII, el pueblo español se subordinaría a sus dictados.

Los días 5 y 6 de mayo de 1808 ocurrieron los indignos episodios de Bayona, por los que Carlos y Fernando abdicaron y renunciaron a sus derechos al trono de España a favor de Napoleón y éste, por un decreto imperial, proclamó a su hermano José Napoleón, Rey de España y de las Indias. Pensaba el Emperador que, como había sucedido en todos los países por él invadidos hasta entonces, a la victoria militar seguiría incuestionablemente el derrumbamiento del poder político, y que el pueblo español aceptaría por la fuerza de los hechos la nueva realidad.

El gran error de Napoleón en España fue no contar con la reacción de un pueblo que, habiendo sido abandonado por sus reyes y más altos dignatarios, se levantó con una furia hasta entonces desconocida para sacudirse el yugo de un gigante alevoso.

Así fue cómo España ofreció al mundo el espectáculo grandioso de una nación que convirtió todo su territorio en un enorme y permanente campo de batalla. De la lucha terrible, Francisco de Goya nos dejó en sus Desastres, el más fidedigno testimonio que sirven para ilustrar este artículo.

La guerra de España se significó como un conflicto aparte de entre todos los napoleónicos, por las causas que la produjeron, los variados sucesos que ocurrieron, el carácter del pueblo que la sostuvo, y las atrocidades que tuvieron lugar. En ella, los españoles manifestaron una tenacidad y una capacidad de sacrificios excepcionales. Ni las privaciones, ni las terribles penalidades lograron doblegar su coraje.

Así fue como España se convirtió para los impresionantes ejércitos franceses en el principio de su final.

La campaña española fue la más larga, complicada y costosa en hombres y recursos de todas cuantas emprendió el Emperador, quien escribiría en Santa Elena:

«Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal [… ] Esta maldita guerra me ha perdido».

Y, en esta lucha general de los españoles por su libertad e independencia, la entonces Villa de la Real Isla de León (luego denominada ciudad de San Fernando) esccribió una de las páginas más memorable.

La Isla pertenecía entonces al Reino de Sevilla, que era uno de los cuatro que conformaban Andalucía. En la capital hispalense se creó una Junta Suprema de Gobierno el 27 de mayo de 1808, que emitó dos días después una proclama llamando a la defensa de la patria que se hallaba en manifiesto e inminente peligro.

Apartír de entonces, un grito general contra Napoleón y su ejército recorrió los pueblos del reino, en forma de proclamas, bandos, órdenes, discursos y manifiestos.

Por un bando del 2 de junio de 1808, se hizo pública la formación en la Villa de la Real Isla de León de una Junta de Gobierno, subalterna de la Suprema de Sevilla. El mismo día, los isleños fueron convocados a la lucha en los términos siguientes:

ESPAÑOLES, NOBLES FIELES HABITANTES DE LA REAL ISLA DE LEÓN.

La ambición del tirano dé la Francia ha llevado a nuestro territorio: el que pudo con la fuerza y con la astucia erigirse monarca de su nación misma, ha sabido con el engaño invadir el suelo español, y destronar la familia real, usurpando la corona al poseedor: Napoleón, llamado protector, y auxilio de un Príncipe desgraciado, ha sido el mayor enemigo que atacó su inocencia, causándole el despojo de su trono contra los más sagrados derechos: Femando VII es nuestro Rey por la abdicación solemne del día 19 de Marzo, sin que lo impida ni una protesta inválida, ni una renuncia forzada hecha entre las arreas francesas en aquél país extranjero. Cuando estuviésemos por la separación de ¡os derechos al trono (que no estamos) aún entonces no habría éste de constituirse en Napoleón, por pertenecer a la nación el dominio de ¡a corona: sí Españoles: un Rey erigido sin potestad no es Rey, vía España está en el caso de ser suya la soberanía por la ausencia de Femando su legítimo poseedor.

Españoles: la fuerza que es la única garantía del tirano, ha de repelerse con la misma: una causa ¡a más justa nos mueve, la usurpación del reino a Femando, a un Príncipe tan digno de nuestro amor: la libertad nuestra y el honor no se consolidan sino rechazando la cadena que se nos quiere imponer: nuestros bienes (aún cuando nos ¡levase el interés) no se conservan sin defenderlos. Tengamos a la vista el ejemplo de las naciones que admitieron ¡a dominación del tirano a quien odiamos, veamos el estado de Portugal nuestro vecino: la desolación y el sacrificio han sido los primeros y últimos pasos para asegurar su injusta empresa: no es otra la suerte preparada a España si no recobra su heredad o valor y natural bizarría: las contribuciones inmensas y la conscripción de toda clase de gentes a ¡a guerra, son el sistema para humillar al vasallo y debilitar las fuerzas del reino, sujetandolo por este medio a la nueva dinastía; males forzosos que esperamos si no los resentimos: ésta es la oportunidad: la España alarmándose se hace invencible: las demás potencias de la Europa desaprueban la tirana acción ejecutada: los franceses mismos detestan la idea de su Emperador: sí, los franceses mismos lloran como hermanos la suerte de nuestra nación, y se avergüenzan de los últimos sucesos de estos días: no aborrezcamos, amemos e¡ nombre francés que gime bajo las leyes de un tirano: nuestro enemigo sea Napoleón en su ambición sin límites, y sólo aquél que defienda su mala causa.

Españoles de este andaluz suelo, vasallos del Rey Femando, si hemos de ser sacrificados en las guerras dé la Francia, si hemos de salir a pelear por ella contra los pueblos que no nos agraviaron, sacrifiquémonos y peleemos por no perder lo exquisito y acendrado de nuestro catolicismo, y por la justa defensa de nuestra ¿nocen te patria, y seamos víctimas siempre coronadas del honor, y nunca envüecidas por la infame cobardía. Invoquemos al Dios de ¡os ejércitos, armémonos con valor, resucite el genio de nuestros progenitores: nonos asombren las armas francesas: consideremos ¡as batallas que por ellas leemos conseguidas, como escritas por la pluma del vencedor, conozcamos ser más bien hijas de ¡a intríga y del engaño, que no de la energía y penda militar.
Por bando que se publica en esta fecha veréis organizada en esta villa la Junta de Gobierno subalterna de la Suprema de Sevilla: ya está erigida y determinada a sacrificarse en un todo por la religión, por el Rey y por la patria. Ya no tenéis impedimento alguno para satisfacer vuestros celosos y fíeles deseos de alistaros para tomar las armas por la pureza y esplendor de nuestra santa religión, y por nuestro augusto joven y legítimo monarca el señor Don Fernando VII, contra el tirano que pretende esclavizamos.

No se cuentan muchos días en que guiados por vuestro celo decíais, que en esta villa había miles de guerreros dispuestos a no sufrir de modo alguno pesadas cadenas con que unas promesas falaces meditaron cautivarnos. Ahora es ya la ocasión de acreditar vuestra aserción y distinguiros entre los pueblos de este reino.

Amados compatriotas, insta ya el tiempo de que os presentéis a alistaros por sólo el tiempo que se tarde a asegurar el trono a nuestro legítimo Soberano. No esperéis a que la mayor necesidad y la fuerza os obligue y os compela: no es creíble tal inacción: asilo siente su junta de Gobierno: asilo va a asegurar a la Suprema de Sevilla.

Ilustres caballeros, generosos comerciantes, honrados artesanos, fidelísimos vecinos todos de esta villa, apresuraos en acudir con vuestras personas, donativos y préstamos. No os detengáis, ni tenga rubor de la cortedad el que no puede cuanto desea: todo se escribirá en los registros públicos: todo se aprecia: todo se agradece con la mayor cordialidad: sed dignos de la estimación de nuestro benéfico Monarca, para que llenos de honor de la victoria, que esperemos del cielo completísima, volváis después a disfrutar el descanso en los brazos de vuestras esposas e hijos, y en el seno de vuestras virtuosas familias.

Real Isla de León 2 de Junio de 1808.
Bartolomé Canle Gómez,
Secretario