Los cementerios de La Isla
Los Cementerios en la isla de León; evolución histórica.
Muchos piensan que el mas antiguo de los oficios conocidos por el ser humano; es el de la prostitución. Casualmente sobre dicho tema, hace tiempo y en este mismo medio de comunicación, le dediqué y logré publicar varios interesantes capítulos al respecto. Pero a mi entender otro de aquellos olvidados y no menos necesarios oficios en el devenir del tiempo, y en la evolución de la humanidad; fue y seguirá siendo el de sepulturero o enterrador de cadáveres.
A este asunto quisiera dedicar el presente estudio, el cual bien pudiera servir de preámbulo para toda una interesante y detallada obra, relativa a la evolución de los cementerios isleños dentro de nuestra Historia Local.
La necesidad que el hombre siempre tuvo, de rendir culto y veneración a sus muertos, se refleja en las diversas formas en las que numerosas culturas conocidas, daban su último adiós a sus finados familiares y amigos. Y también a las distintas maneras de rendir culto a estos; según sus diferentes creencias religiosas y culturales. Especialmente en las ceremonias y ritos; y en sus despedidas desde este nuestro Mundo, hacia el más allá.
Sin entrometerme por ser cuestión algo peliaguda, y el competer a personas mucho más entendidas y expertas en la materia que el que estas suscribe sobre dicho asunto. Quisiera por todo ello, pasar un tupido velo sobre aquellas necrópolis y antiguos lugares diseminados por nuestra Geografía Local, procedentes y resultantes estos, de las más antiguas culturas que antaño visitaron nuestros parajes isleños. Todo ello en base a evitar la posibilidad de facilitar datos que pudieran ocasionar, incluso hasta profanaciones y saqueos de estos venerados lugares, cuya ubicación me reservo y omito.
Mucho tiempo atrás y tras visitar ciertos lugares, nos pueden hablar de todo aquel tiempo pasado; hasta sus propias piedras. De la vida y de la muerte de diversas culturas y pueblos que nos visitaron siglos atrás. Y como dijo el gran cantautor Catalán Joán Manuel Serrat, en una de mis preferidas canciones, cuyo título “Por las paredes mil años hace”, que trata de todo aquello que fue nuestro legado y cultura nacional. La letra de esta canción, hace referencia a como nuestra Nación, fue hace mil años ocupada y poblada por numerosas culturas, que nos marcaron el carácter propio de nuestro Pueblo Hispano: Iberos, Romanos, Fenicios, Godos, Moros y Cristianos, etc, etc.
De igual modo nuestra isla, y casi a la misma escala que el resto de nuestra Nación Española, fue ocupada y en gran parte poblada por numerosas culturas y pueblos, que le han dado su peculiar particularidad y su marcado carácter.
Para hacernos una idea de todo aquello que fue y que pudo haber sido, y omitiendo los datos del pasado mas antiguo, nos podríamos hacer una idea de este fenómeno, al que todos irremediablemente algún día tendremos que afrontar, y del que trata el presente tema: el final de la vida y el paso al mas allá, a través de la muerte.
Los cementerios en La Isla
Los datos más antiguos y fidedignos sobre la existencia de aquellos primitivos camposantos isleños, nacen tras la reconquista cristiana del bajo Guadalquivir y más concretamente de la zona del saco de la Bahía Gaditana y de sus poblaciones limítrofes. Todo aquello aconteció en gran parte, bajo el reinado del célebre monarca Castellano Leonés D. Alfonso X “El Rey Sabio”; cuando corría el Año de 1262. Entre las que por entonces se encontraba, el viejo Logar de la Puente; posterior isla de León y en la actualidad Ciudad de San Fernando.
Dicen y al parecer según ciertos estudios e hipótesis de expertos en la materia, que de aquel periodo pudo comenzar la obra de nuestro actual y entrañable Castillo de San Romualdo; por entonces llamado de varias formas y cuya denominación, al parecer se debe a un grave error del gran Historiador y Político Nacional D. Pascual Madoz. Pues bien al parecer existía dentro de los llamados intramuros de aquel castillo isleño, un primer camposanto y prueba de ello, nos lo ratifican los últimos estudios que se llevan a cabo en nuestros días en dicho lugar y tan singular edificio monumental. Su cripta funeraria y los restos hallados bajo esta, de varios miles de enterramientos humanos, como así nos lo certifican.

Posteriormente y fuera de tan singular y emblemático edificio, también se hallaron en sus extramuros otros restos humanos, que fueron sepultados en sus aledaños. Mas concretamente estos pertenecían al cementerio parroquial como así eran llamados, de la cercana Capilla de San Pedro. Aquella que se ubicó en el entorno de la actual y popular Plazoleta del Bacalao (Font de Mora), y que según las crónicas y relatos del gran asalto Anglo Holandés, que asoló la Bahía Gaditana; suceso acaecido a mediados del mes de Julio del Año de 1596, siendo este templo incendiado y derribado por sus cimientos. Hace unas décadas recuerdo, como en las obras para la construcción de un moderno edificio en su cercana Calle de Escaño, de la aparición de unos restos humanos procedentes de aquel viejo Cementerio dentro de una fosa común, circunscrita a la desaparecida Capilla de San Pedro.
Tras la gran eclosión urbanística y demográfica sufrida en el devenir del tiempo en aquella por entonces Real Villa de la Isla de León, especialmente en los pasados Siglos XVIII y XIX, donde se erigieron toda clase de modernos edificios de toda índole; especialmente de sus templos y parroquias, en cuyos entornos se levantaron diversos cementerios denominados parroquiales. De entre estos de forma abreviada, citaré los siguientes:
A) Según las crónicas cuando corría el Año de 1680, ya existía la primitiva Capilla de Nuestra Sra. del Carmen, en cuyos terrenos posteriormente se edificó el actual Templo Parroquial y Convento bajo dicha advocación para ser inaugurado en el año de 1733. Este también contó con su propio cementerio, amen de numerosas criptas en sus respectivas capillas del interior del propio templo, donde descansaban los restos de pudientes y adineradas familias; también ante la propia muerte y el descanso eterno, existían diferencias notables y estatus.
B) Alrededor del Año de 1744, igualmente se erige el Hospicio y posterior Convento de San Francisco, que posteriormente pasó a la jurisdicción de la Armada Española. En sus cercanías existió otro de aquellos camposantos parroquiales, y que curiosamente hace unos años también como resultado de unas obras, apareció una fosa común conteniendo numerosos restos humanos; localizados en la cercana Calle de Faustino Ruiz (antes de San Francisco).
C) Entre los Años de 1757 al de 1764 se procede a la construcción de la Iglesia Mayor Parroquial, bajo la advocación de San Pedro y de San Pablo, en aquel manchón conocido con el nombre de “Balcante”. El cual donó el famoso Deán de la Catedral de Cádiz D. Lorenzo Nicolás Ibáñez Porcio, dotándola de su propio camposanto, y del cual hasta nuestros días nos llega su santa cueva.

D) También se dotaron de sus propios cementerios, a diversos conventos de órdenes religiosas afincadas en nuestra Real Villa: La Compañía de María, y posteriormente la de las Madres Capuchinas y la de las hermanas descalzas de la Orden de Ntra. Sra. del Carmen.
E) El Arsenal Naval de la Carraca cuya obra se inició en el primer cuarto del Siglo XVIII, también contó curiosamente como núcleo poblacional, con su propio cementerio; el cual aún perdura aunque sin uso.
F) Tras la batalla naval librada en las aguas del saco de la Bahía Gaditana, entre las escuadras Hispano Francesa al mando de esta última se encontraba el célebre Almirante Rossyllí, en el verano del Año de 1808, y debido a lo cual y a la captura de un gran contingente de prisioneros a los que habría que sumar otros miles mas fruto de la batalla española obtenida en Bailen, y al quedar todos estos cautivos en la Isla de León, y a la gran mortandad sufrida entre sus filas se precisó construir un camposanto, donde dar sepultura a dichos soldados. El artífice de su obra fue el Ingeniero Militar Español de origen Catalán, D. Antonio Prat; aquel que participó de igual modo en la gran reforma realizada en el Teatro Cómico, para adaptarlo con su planta elíptica en sala de sesiones de aquellas Cortes de la Real villa de la isla de León 1810/1811 . Dicho cementerio erigido al borde de la Playa de la Casería, cuyos restos aún nos recuerda su planta rectangular, labrado en piedra ostionera, y que recibió por nombre el de “Cementerio de los Franceses”, otros lo conocen como “El de los Ingleses”, ya que también de dicha Nación, muchos combatieron codo con codo junto a Españoles y a Portugueses en plena Guerra de la Independencia Hispano Francesa, recibiendo entre sus muros sepultura. Estos dos últimos camposantos, estuvieron en funcionamiento hasta acabado la pasada Guerra Civil Española.

La Real Cédula promulgada por el Rey D. Carlos III, de fecha 3 de Abril del Año de 1787; mediante la cual se abolían los cementerios Parroquiales en el Reino de España.
La aprobación y entrada en vigor de aquella Real Cédula, tenía como finalidad establecer y delimitar una frontera urbana entre los vivos y los muertos. La vida y la muerte convivían desde tiempo inmemorial, en nuestra sociedad; cuestiones de salubridad e higiene convenían su puesta en funcionamiento, en aquellas Ciudades y Pueblos de una España plagada de toda clase de epidemias y enfermedades; a menudo contagiosas que diezmaron sus poblaciones.
Curiosamente a lo acontecido con la entrada en vigor de dicha Real Cédula, en nuestra Villa un mes antes de su aprobación, ya se especuló con construir un moderno camposanto para atender tan necesaria demanda social. El primer lugar que se barajó para su ubicación, fue la llamada “Viña de Herrera”, lugar cercano al conocido Molino y Caño homónimo, por lo apartado de la población y lo ventilado y saludable de dichos parajes; pero tal pretensión jamás prosperó.
El Pedroso
El Cementerio Rural del Pedroso; el gran olvidado.

En esta Real Orden se establecía y regulaba el uso de nuevos cementerios a construir, alejados de sus poblaciones en espacios ventilados y fuera de las mismas, con la finalidad de recuperar gran parte del suelo urbano perdido en la construcción de aquellos antiguos cementerios parroquiales; condenados estos últimos, a su irremediable desaparición en beneficio de estos nuevos camposantos. Pero sobre todo la intención mayor, fue la de evitar toda clase de enfermedades y epidemias. La gran acogida de parte de los Concejos Locales, de esta Real Cédula lo será de modo muy favorable. Mientras que de parte de la jerarquía eclesiástica, se batallará por mantener la anterior situación, dadas las repercusiones de toda índole que dicha medida comportaba y establecía. Así el primer cementerio isleño, construido tras la entrada en vigor de aquella Real Cédula antes citada, fue el construido en una antigua salina aledaña al lugar del Sr. Marqués del Pedroso y cercana al Caño del Río de Arillo propiedad de la Compañía de Jesús. Dicho camposanto el cual paso a nuestra peculiar Historia Local, con el nombre de “Cementerio Rural del Pedroso”, y que fue erigido en plena vorágine de la gran epidemia de “Fiebre Amarilla o del Vómito Prieto o Negro”, que provino de la arribada allá por el mes de Junio del Año de 1800 al puerto de Cádiz de tres Goletas (Delfín, Águila y Júpiter), y en la cual se produjeron poco después sus primeras victimas mortales dentro de su popular Barrio de Santa María, asolando la Comarca Gaditana y especialmente nuestra Real Villa durante el verano de aquel aciago Año de 1800, y que diezmó nuestra por entonces población isleña estimada en unos 10.000 vecinos en un 40%, sin contabilizar los párvulos o también llamadas “Almas de Comunión”. Algo más de 4000 isleños encontraron la muerte, entre altísimas fiebres y fuertes convulsiones, que solo el empleo de rudimentarios remedios medicinales, sangrías, rogativas y de la nieve, pudo en parte paliar. Cuyo reparto se hacia cada verano mediante su remate oficial oportuno, hacia el mejor postor que la distribuía entre nuestros vecinos.
Se nombró Al Regidor Bienal Sr. D. Juan José Cayraz, como comisionado para la obra de dicho cementerio rural en el lugar elegido y antes descrito, cuya propiedad poco después esgrimió el propio Marqués del Pedroso a través de su apoderado, mediante un litigio judicial, al que la justicia no le dio la razón. Una vez comenzada su fábrica en aquel mismo verano de la gran epidemia que inmortalizó el célebre pintor Francisco Javier Riedmayer, en su Cuadro alegórico al Voto de San José, cuyo encargo le fue conferido por nuestro por entonces Consistorio Municipal Isleño, por las rogativas y gracias al Patriarca Sr. San José, y a su intersección divina, para erradicar tan desastroso mal que llenó nuestra isla de muerte y desolación. Dicha obra actualmente se encuentra en el interior del Museo Histórico Municipal en espera de retornar como siempre así fue a la Sala Capitular de nuestro Palacio Consistorial desde el día 26 de Abril de 1801, tras finalizar las obras que en dicho edificio se llevan a cabo.
Para no extenderme mucho en este ligero estudio, quisiera matizar sobre tan ignorado camposanto isleño, los siguientes apuntes:
Se construyó como antes cité, en unos terrenos lacustres de una antigua salina, muy cerca de la que todos conocemos como de los Tres Amigos y del Caño del Río de Arillo. Su extensión era aproximadamente de unas 250 varas en cuadro, perimetrado de muros en sus cuatro costados. Se acordó construir una puerta de acceso y rematar esta con una cruz. Dicho cementerio, se comenzó a utilizar urgentemente, a resultas de la gran mortandad sufrida en aquel verano, incluso antes de ser este bendecido. Incluso se regularon los horarios de los entierros, sus recorridos y la construcción de un nuevo camino, todo ello motivado por los espectáculos dantescos que se suscitaban a través del uso, del continuo y constante trasiego de sepelios por el centro de nuestra población; y la inquietud y el pavor que todo aquello producía entre la sociedad de la época. El Hospital de San José se eligió como centro de recepción de enfermos, moribundos o fallecidos y desde este lugar partían incansablemente oleadas de comitivas fúnebres y otras veces mediante el empleo de aquel célebre y renombrado carro mortuorio, al que el vulgo motejó como “El carro de la carne”. Dicho vehículo fue adquirido por nuestro Ayuntamiento, y para su empleo y manejo se contrataron a dos personas para la recogida y sepultura de los cadáveres transportados en el mismo, en dicho centro hospitalario antes reseñado, en sus domicilios; e incluso en plena vía pública. Su imagen era dantesca. El verlo transitar por nuestras angostas calles, y por parajes desoladores y lugares inhóspito mas propio de escenas macabras y fantasmagóricas. Ver depositar dentro de aquel armatoste, aquellos cuerpos retorcidos, incluso algunos hasta con signos de poca vida, y como sus extremidades afloraban por los costados y estribos de aquel carro tirado por un mulo, caminar cansinamente en busca de su última morada. Crónicas de la época narran escenas de enterramientos en dicho camposanto, relatando como dejaban semiocultos en sus zanjas abiertas y quebradas a la intemperie, a numerosos cuerpos humanos. Y el contemplar como estos eran trasportados desde el mortuorio ubicado en el Hospital de San José, en dicho carro funerario atados con cuerdas a menudo entre sí, soliéndose transportar a varios cadáveres para evitar que estos cayesen rodando por sus costados, hacia la propia vía pública. Para evitar tales escenas, se acordó la construcción de un ataúd donde depositar dichos restos, y llevarlos ocultos hacia aquel cementerio rural ante la mirada de los atónitos espectadores, que contemplaban a diario tan dantescas imágenes, que discurrían por nuestras vías públicas. Poco después en evitación de tales escenas y para paliar la gran necesidad que acuciaba, se compró un nuevo carro en este caso cubierto; también se construyó una cochera para su guarda. También era muy común dada la extrema pobreza de las familias y de los propios finados, el carecer de recursos económicos incluso para sufragar un digno entierro; e incluso se alquilaban los ataúdes que luego entregaban, para dar sepultura a estos infelices amortajados o envueltos en todo tipo de prendas en lúgubres fosas, entremezcladas entre sí con algo de cal viva y tierra. Ciertas hermandades literalmente quebraron al sufragar estas los entierros de sus fallecidos hermanos; estas eran precursoras de los actuales seguros de decesos.
Capilla de La Salud.
El Cementerio de la Capilla de Nuestra Sra. de la Salud; el gran desconocido proyecto que jamás se llevó a efecto.
Existió un proyecto visto en la Sesión de Cabildo de nuestro Ayuntamiento Isleño, de fecha 30.04.1802, para construir un nuevo camposanto, en la parte trasera y anexa a la desaparecida Capilla de Nuestra Sra. de la Salud, la cual en sus orígenes se ubicó en los terrenos cercanos a la Calle de Luís Milena y el edificio en ella construido, y denominado “Las Palmeras”. Su obra tendría que haber suplido interinamente, al por entonces Cementerio Rural del Pedroso, hasta tanto no se lograsen recursos económicos para atender y solventar definitivamente, los graves problemas sufridos en este. Estos asuntos además del deplorable estado de conservación de dicho camposanto, el cual aún no había finalizado su obra, y al carecer de vallado y altura suficiente su tapia y cercado, posibilitaron numerosas veces, la profanación del mismo. También incluso así nos lo relatan crónicas de la época, de haberse producido escenas tan salvajes, como la incursión en su interior de perros vagabundos, que saciaban su hambre devorando los restos de sus cadáveres allí enterrados. Dicho camposanto fue acabado en el Año de 1803 tras la finalización de sus cercas y la puerta de acceso al mismo.
Poco después se comisionó al célebre y gran arquitecto D. Gaspar de Molina y Zaldivar (El Marqués de Ureña), para visitar el lugar y emitir su dictamen al respecto de su fábrica. Este proyecto no llegó a ver la luz, ya que se invirtieron los recursos mas urgentes en remediar los males del Cementerio Rural del Pedroso, que prosiguió su actividad hasta la entrada en funcionamiento del que se estaba labrando desde el inicio del Año de 1804 en los terrenos de Casa Alta; si bien este último comenzó su actividad en cuanto a enterramientos en el verano del Año de 1804, aunque su inauguración oficial lo fue en el de 1815.
Cementerio Municipal
El Cementerio Católico Municipal, en los terrenos de Casa Alta; el popular Nº 141.
Aquella renombrada epidemia cesó varios meses después de su inicio (Julio / Noviembre de 1800), dejando diezmada (4000 muertos sin computar los párvulos), de nuestra población isleña que se estimó en aquel año en 10.000 habitantes; o Almas de Comunión. El nuevo e improvisado camposanto prosiguió con su cometido, hasta bien entrado el nuevo Siglo XIX, para ser sustituido por el que se comenzó a labrar en los primeros días del Año de 1804, en los terrenos de Casa Alta, cuya propietaria era Dª. Clara Ignacia de Madariaga. Una vez formalizados el proyecto aunque la venta motivó un posterior litigio, ya que la propietaria de dichos terrenos, no lograba cobrar el producto de la venta de los mismos de manos del Consistorio Municipal Isleño. Se comisionó al aparejador municipal de obras Sr. D. Tomás Castrelo, la inspección del Cementerio Rural del Pedroso a fin de que acreditase su deplorable estado y proceder a su cierre definitivo; su informe fue contundente y en base a este, quince días después este emitió y traslado su contundente respuesta que no dejaba lugar a dudas, sobre la necesidad de construir un nuevo camposanto y el elegir para su obra otro lugar distinto.

De la búsqueda de otros nuevos parajes, donde levantar dicha obra se encargaron los maestros alarifes del común D. Juan de Cuenca y D. Juan González, quienes emitieron su dictamen favorable sobre hacerlo en los terrenos denominados de Casa Alta, cuya propietaria era Dª. Clara Ignacia de Madariaga, por su buena situación y lo apartado del núcleo urbano en que se encontraban estos. El proyecto para su fábrica y la dirección de sus obras, fue encomendada al Arquitecto D. Torcuato José Benjumeda.
Durante su obra, nuestra Real Villa literalmente carecía de camposanto; habiéndose incluso producido varios rebrotes de dichas pasadas epidemias; aunque no tan virulentas como la pasada de 1800. Por todo ello y ante dicha urgente situación una vez cercado en parte, colocada su puerta y erigida su cruz, se procedió a su bendición de parte del Istmo. Sr. Obispo de Cádiz en el mes de Agosto de dicho Año, y su rápida puesta en funcionamiento.
Una de las curiosidades que rodean de misterio nuestro querido camposanto isleño, es su peculiar numeración; el Nº 141, el cual no guarda consonancia con la de la calle donde este se localiza. Me refiero a la Calle del General García de la Herrán (anteriormente denominada de Montalvo o de Muñoz Torrero, y que el vulgo la conoce como la Calle de los Muertos). Pues bien este singular número y su curiosa historia procede, de cómo el Estado Español estableció mediante una Real Orden a finales del Siglo XIX, unas normas mediante las cuales toda Ciudad y Pueblo de dicho Reino, tendría que proceder a la numeración y rotulación de sus caseríos y haciendas diseminadas a lo largo y ancho de su geografía local; de esta guisa le llegó a nuestro cementerio su peculiar número y de idéntico modo también a otros lugares singulares isleños, como es el caso de la popular “Casa Colorá” rotulada aun con el Nº 113 dentro del camino a los Polvorines de Fadrícas, por citar a otras muchas ya perdidas.
Numerosas obras y reformas se han ejecutado en el mismo a lo largo del tiempo, al igual que otras tantas ampliaciones tan necesarias acorde a las necesidades experimentadas por nuestra sociedad. Entre sus paredes al igual que en la de aquellos otros antes citados camposantos, reposan los restos mortales de aquellos que un día nos precedieron y cuyas almas descansan en la esperanza de renacer nuevamente hacia la inmortalidad eterna, con el deseo de que el perdón y la reconciliación humana anide entre sus muros; y de modo muy especial, dentro de nuestros corazones que todavía laten pletóricos de vida.
Por último no quisiera olvidar al mas célebre de nuestros camposantos isleños, en este caso a nivel Nacional; y me refiero al Panteón de Marinos Ilustres. Aquel que se construyó en el último cuarto del Siglo XVIII, dentro de la Población Militar de San Carlos, y en cuyo interior reposan los restos de aquellos marinos que un día dieron lo mejor de cada uno de todos nosotros por nuestra Patria; sus vidas. A todos mi mas sincero y emotivo homenaje, respeto y admiración. Con el deseo de que sus almas de grandes y de humildes hombres, sin distinción de credos, de razas o religiones, logren alcanzar la paz y el descanso eterno.
Juan José Maruri Niño.