Hay una cuestión íntimamente vinculada a los inicios de la Hermandad de Jesús Nazareno que ha marcado toda su historia. Nos referimos al hallazgo de la imagen en el desaparecido mesón del Duque y a los acontecimientos que rodearon este casi milagroso descubrimiento. El asunto es delicado y hay que ser muy cauto a la hora de examinarlo; tanto por la falta absoluta de documentación histórica en la que apoyarse para poder establecer hechos probados, como por las connotaciones devocionales y sentimentales que implica y que no desearíamos vulnerar.
A pesar de ello, intentaremos acometer aquí una revisión crítica de esta leyenda. Revisión que ha de ser necesariamente superficial y provisional, teniendo en cuenta el estado actual de nuestras investigaciones y el espacio disponible para esta publicación.
1. LA VERSIÓN DE MONFORT
La tradición más antigua que ha llegado a nosotros sobre la aparición de la imagen de Jesús Nazareno es la que publicó el historiador local Ramón Monfort Corrales en el año 1895. Según cuenta Monfort:
«dicha imagen fue encontrada en un cajón cerrado que dejaron abandonados unos italianos, que pasando por esta ciudad para la de Cádiz, alojaron en el antiguo Parador del Duque, del cual se ausentaron precipitadamente con motivo de una riña en él acaecida de la que resultó un homicidio. La justicia se apoderó del cajón y lo depositó en sitio conveniente; pero pasado algún tiempo se abrió y encontró la bella imagen de referencia que se remitió a esta Iglesia Mayor, entregándola a la Hermandad de su nombre, que la formaba el gremio de montañeses, cambiándola por la que tenían desde 1766 en su capilla y que enviaron a la iglesia del Carmen».
Acto seguido, el autor asegura que esta historia la transmite «según versión oída a algunos ancianos«. Conviene destacar que Monfort es el primero en narrar este relato. Antes de él, es decir antes de 1895, no hay referencias documentales a este asombroso hallazgo, ni los autores anteriores o coetáneos, como Cristelly o García de la Vega, mencionan en absoluto esta leyenda. Una leyenda que tan atractiva e interesante hubiera sido para publicarla en sus trabajos históricos de corte romántico, por lo que este silencio no deja de ser muy significativo.

Estos datos han sido repetidos y publicados a lo largo del siglo XX por otros historiadores locales, empezando por Quintana y terminando por Clavijo y por todos los que han bebido en el texto de este último.
Sin embargo, el relato de Ramón Monfort ha ido sufriendo algunas modificaciones en estas reproducciones posteriores:
1) La primera afecta a la fecha en la que presuntamente ocurrieron los acontecimientos. Monfort Corrales dice que los montañeses cambiaron la imagen por otra que ya tenían desde 1766, luego para este autor la aparición de la efigie del Nazareno tuvo que ser después de dicho año. Sin embargo, en versiones publicadas recientemente se dice que estos hechos ocurrieron a principios del siglo XVIII, sin duda queriendo dotar a la hermandad de una antigüedad desmesurada y sin fundamento.
2) En segundo lugar, Monfort afirma que se cambió la imagen de Jesús Nazareno aparecida en el mesón por otra más antigua que se envió al Carmen, pero sin precisar cual era esta talla inicial. Los autores posteriores van más allá y sostienen que la imagen que se entregó era precisamente la de Jesús Nazareno que en la actualidad se venera en la iglesia conventual, cuando en realidad sabemos que esta imagen ya estaba en el templo carmelitano desde finales del XVII.
3) En su versión, Monfort Corrales cuenta que los italianos se ausentaron del mesón del Duque con motivo de una riña en él acaecida de la que resultó un homicidio, pero no los implica en el mismo. Sin embargo, las versiones posteriores añaden que los italianos mantuvieron una reyerta «entre ellos», de la cual resultó el homicidio; e incluso se les califica de «presuntos homicidas» que huyeron a raiz de la riña que habían promovido.
4) Lo de que los italianos se fueron sin pagar el alojamiento es también un añadido (aunque no carente de cierta lógica) posterior a lo publicado en 1895 por nuestro autor, que nada dice al respecto.
5) Monfort, aunque lo supiera, nunca se refiere expresamente en su versión a que la imagen hallada consistiera sólo en cabeza, manos y pies. Esto también es un añadido posterior.
6) Finalmente, D.Ramón escribe claramente que la imagen encontrada en el mesón se remitió a la Iglesia Mayor y luego se entregó a la hermandad. Sin embargo, algunos de los autores posteriores se saltan el trámite de la entrega a la parroquia y escriben que la Justicia entregó la escultura directamente a la cofradía.
De todos modos, con más o menos variaciones, esta es la tradición que se ha conservado sobre el hallazgo de la imagen de Jesús Nazareno en la antigua venta mesón del Duque.
No hay forma, por ahora, de confrontarla con documentos coetáneos concretos que prueben la veracidad de sus detalles y circunstancias, permaneciendo la misma en las brumas de la leyenda. En cualquier caso, como dijimos arriba, podemos intentar un análisis crítico del texto que quizás nos aporte conclusiones útiles para la auténtica historia de la hermandad.
2. ARGUMENTOS EN CONTRA DE ESTA TRADICIÓN.
Primero convendría averiguar cuánto hay de cierto en esta leyenda publicada por Ramón Monfort, cuánto de inventado y cuánto de tergiversado o deformado. Toda vez que la primera vez que se publicó fue 130 años después de ocurridos los supuestos hechos que narra.
1) La primera objeción que puede hacérsele al relato de Monfort estriba precisamente en que recoge una tradición oral sobre unos hechos acaecidos por lo menos 130 años antes. Las historias orales se deforman con el paso del tiempo, al pasar de boca en boca, incluso se le van añadiendo detalles más o menos fantasiosos. De este modo, ¿cuánto de cierto hay en lo que recordaban esos ancianos isleños que contaron a Monfort este suceso prodigioso? ¿Y cuánto de deformado a través de las generaciones?
Hay que tener en cuenta que por muy ancianos que fueran los informadores de Monfort en 1895, su memoria personal no podía remontarse más allá de principios de ese siglo XIX; y que, por contra, el hallazgo de la imagen se fechó a mediados del XVIII. Por lo tanto, los ancianos relataron al historiador lo que recordaban de lo que les debieron contar de oídas sus padres, los cuales a su vez tuvieron que oírlo narrar a los suyos, si queremos llegar razonablemente a una generación coetánea a los hechos. En todo caso, forzoso es admitir que los ancianos transmitieron a D.Ramón una tradición oral que se remontaba como mínimo a la época de sus abuelos. Si el texto de Monfort, ya escrito y fijado para todo aquel que quisiese consultarlo, ha sido tergiversado y adornado por autores posteriores (recordemos: los italianos se pelearon entre sí, no pagaron la cuenta, la imagen era sólo la cabeza, manos y pies, etc; es decir añadidos a los que no se refiere Monfort) ¿cuánto más no iba a estar deformado un relato oral que se transmitía 130 años después de ocurridos los hechos y que nadie había fijado por escrito?
De nuevo nos tenemos que preguntar: ¿cuánto del relato es cierto y cuánto ficción de las sucesivas generaciones que lo fueron transmitiendo oralmente? Y eso si no pensamos que la «tradición transmitida por los ancianos» no fue sino un recurso literario, una coartada romántica usada por Monfort para apoyar su relato dotándolo de verosimilitud.
2) Una segunda objeción radica en la propia intención de Monfort, en sus posibles deseos de envolver con un halo misterioso, casi milagroso, los orígenes de una devota imagen que ya era popularísima en su época. Quizás, llevado de su celo católico, de su devoción por la imagen, de su deseo de suscitar la piedad y la emoción religiosa de los fieles, de su amor por la historia local ó incluso buscando una finalidad meramente literaria, estética u ornamental, quiso embellecer (no nos atrevemos a decir adulterar) la vieja historia que le narraron. Es posible que la devoción del autor por la sagrada imagen de Jesús Nazareno diera alas a su imaginación.
Pero además, el modo de hacer historia en la época de Monfort Corrales estaba dominado todavía por el romanticismo, con su afición por lo brumoso y maravilloso. En la historiografía romántica era frecuente echar mano de leyendas más o menos inverosímiles para arropar y hermosear los datos históricos. Igualmente, las veneradas imágenes antiguas cuyo origen se desconocía se vieron engalanadas con bellas historias sobre su origen que hoy son objeto de crítica y descrédito: p. ej., por citar una muy conocida en toda Andalucía, la del gitano trianero apodado Cachorro cuya agonía inspiró y dio nombre a la talla del Cristo de la Expiración (también en la leyenda del hallazgo de la imagen de Jesús Nazareno hay un homicidio por medio, muy al gusto romántico); o bien la de tantas efigies de crucificados aparecidos en las orillas del mar a consecuencia de naufragios…
Todas estas leyendas son tardías, tomaron cuerpo en el siglo XIX, son hijas de los historiadores románticos decimonónicos, y no se citan en los documentos coetáneos a los hechos que pretenden narrar. Si la aparición de Jesús Nazareno fue tan maravillosa como Monfort pretende, algo dejarían escrito al respecto los contemporáneos que la vivieron como testimonio imperecedero para las generaciones futuras, pero no fue así. Todo hace suponer que se trata de un rumor, de influencia romántica, que se hizo popular y que Monfort recogió y plasmó en su historia. ¿Pero lo recogió tal como se lo narraron o añadió hermosos detalles de su cosecha?. En definitiva, nos tenemos que preguntar de nuevo: ¿cuánto hay de cierto en esta leyenda y cuánto es invención romántica o adorno del propio autor?
3) El último reparo que podría achacársele al texto de Ramón Monfort deriva de las contradicciones que se advierten en el mismo, tanto internas del propio relato, como externas al confrontarlo con hechos probados y bien documentados. Es decir, los puntos oscuros o poco creíbles del relato.
Por lo pronto, en la leyenda que nos proporciona Monfort Corrales hay algunos detalles que pueden rebatirse con apoyo documental, según los datos que ya poseemos.
En primer lugar, el autor sitúa los acontecimientos en una fecha posterior a 1766, según se infiere de su relato. Y afirma que en dicho año ya existía una hermandad, que la misma daba culto a una talla más antigua y que tenía también una capilla propia en la iglesia. Esto no es cierto, puesto que en 1766 no parece que existiera una hermandad como tal, formalmente constituida y aprobada por el obispo, aunque sí un espontáneo grupo de devotos que daba culto a la imagen. Y desde luego la cofradía de Jesús Nazareno no adquirió su capilla hasta el año 1768, como está fehacientemente probado. La misma fecha plantea problemas: si la hermandad tenía desde 1766 una talla primitiva que desechó, tal como se narra en la versión que comentamos, la imagen actual del Nazareno es necesariamente posterior a esa fecha. Entonces ¿cuál era la imagen que procesionaba en 1766, y aún antes, y que fue calificada como evotísima efigie por el Ayuntamiento?
Igualmente, si admitimos que hubo una primitiva imagen que se entregó al Carmen al aparecer la del Nazareno en el baúl de los italianos, aquella no pudo ser la de Jesús Nazareno que se venera hoy día en la primera capilla de la nave del evangelio de la iglesia conventual, puesto que ésta ya se encontraba allí por lo menos desde 1733, cuando se inauguró la nueva y actual iglesia del Carmen. ¿Qué pasó entonces con esa pretendida primera imagen que fue sustituida por la actual de Jesús Nazareno?
3. ARGUMENTOS A FAVOR DE ESTA TRADICIÓN
Por el contrario, hay otros detalles del relato de Ramón Monfort que sí pueden encontrar apoyo documental.
1) Ante todo, debemos tener en cuenta que Monfort, escribiente de la Armada, era el encargado de la sección religiosa de la prensa local de finales del siglo XIX y que en su historia publicada en 1895 muestra un particular interés por los datos religiosos. Además, sabemos que era descendiente de artistas que trabajaron en los altares de la Iglesia Mayor y, quizás, en otros templos de la ciudad. Por lo tanto, debemos considerarle un escritor medianamente informado acerca de la historia religiosa y artística local. La misma leyenda, por muy ornamentada que estuviera, es probable que conservara una cierta verosimilitud. Es decir, debe haber seguramente algo de verdad en la historia publicada por Ramón Monfort. El problema es saber qué.
2) Otro elemento a favor es el propio marco donde transcurrieron los hechos narrados por D. Ramón. En efecto, el mesón del Duque era, por su propia condición de venta, punto de encuentro de arrieros, tratantes, viajeros para las Indias, tropas militares, frailes mendicantes, extranjeros, comediantes, y todo tipo de transeúntes y forasteros. Por lo tanto, es un escenario apropiadísimo para los coloridos episodios que rodean el hallazgo de la imagen, que bien pudieron haber sucedido dentro de sus muros.
3) Igualmente pudiera existir una conexión entre el hecho de que la venta mesón del Duque de Arcos fuera regentada habitualmente por naturales de las montañas de Santander, como así prueban varios documentos, y el hecho de que fueran montañeses los que constituyeron la hermandad de Jesús Nazareno en la Iglesia Mayor Parroquial. En el caso de que fuera cierto el relato de Monfort Corrales, convendría saber si influyó o tuvo algo que ver el hecho de que los arrendatarios del mesón solieran ser montañeses para que la hermandad fuera creada y fundada precisamente por los cántabros dueños de tiendas de comestibles y tabernas establecidos en la Real Isla de León.
4) Otro aspecto que avalaría la veracidad del relato es precisamente el homicidio acaecido en el mesón, aunque en principio parezca lo más increíble. No es raro encontrar noticias de homicidios en la Isla de León de esa época y tenemos datos contrastados de varios ocurridos por entonces. Incluso uno de ellos en el propio mesón del Duque.
En efecto, hemos hallado que el 14 de septiembre de 1758 se dio sepultura a dos individuos cántabros relacionados con el mesón del Duque: el primero era un joven de 15 años llamado Bartolomé González de las Cuevas, que trabajaba de mozo en dicho mesón; el segundo era un hombre de 46 años nombrado José Gallegos, natural de Torrelavega. Del primero se dice que había
«fallesido ahogado en la tienda Mesón de dicha Ysla donde estava de Mozo»;
del natural de Torrelavega se hace constar que
«no recivió Sacramento alguno por haver amanesido ahogado en la tienda junto del Mesón».
Ciertamente, las correspondientes partidas de defunción no especifican que se tratara de muertes violentas, pero es mucha casualidad que dos personas aparezcan ahogadas el mismo día, una en el mesón del Duque y otra en la tienda de al lado.
¿Serían estas muertes, estos presuntos homicidios, los que provocaron la salida precipitada de los italianos que dejaron abandonado el baúl en el que se encontraría la imagen de Jesús Nazareno?. De ser así, el año 1758 sería el de la fecha de aparición de esta venerada imagen, lo que además concuerda y se ajusta perfectamente con los hechos históricos que ya tenemos probados. Sin embargo, una vez más, la falta de documentos que corroboren y respalden todas estas suposiciones obliga a ser muy prudente.
5) Otra cosa cierta del relato de Monfort es que la imagen fue entregada a la fábrica de la recientemente edificada Iglesia Mayor Parroquial, pues en varios documentos posteriores consta que la efigie era propiedad de dicha fábrica. Así queda patente p. ej. en una de las condiciones de la escritura de venta de capilla del año 1768, a la que ya nos hemos referido en otras publicaciones.
6) La propia fecha de 1766 es muy atinada, con las salvedades que ya hemos señalado. Sabemos que se trata de la fecha en que se colocó la imagen en uno de los huecos de capilla disponibles en la nueva iglesia parroquial, por orden del obispo fray Tomás del Valle y a petición del recién creado Ayuntamiento, constituido aquí en valedor de los devotos de la imagen que la sacaban en procesión. En los dos años que siguieron se suscitó la fundación de la cofradía, que fue erigida canónicamente en 1768, como ya sabemos.
El hecho de que Monfort cite esa fecha de 1766 en relación con la historia inicial de la cofradía invita a pensar que probablemente consultó documentación histórica relevante. ¿Conoció el archivo de la hermandad hoy desaparecido? ¿Tuvo acceso a los datos contenidos en sus viejos libros? ¿Estaba registrado en ellos todo lo relativo al hallazgo, entrega o adquisición de la imagen de Jesús Nazareno?
4. CONCLUSIÓN
Hasta ahora no se ha hallado un sólido fundamento histórico a esta tradición. Pero tampoco puede desecharse de plano, según las aclaraciones expuestas. Se trata de un nuevo motivo para lamentar, por enésima vez, la pérdida o el paradero desconocido de los archivos y la documentación de algunas de las antiguas, señeras y clásicas hermandades y cofradías isleñas.
De cualquier modo, sea o no una piadosa leyenda solamente, la historia del descubrimiento de la sagrada imagen en un baúl abandonado en el mesón del Duque forma ya parte del patrimonio histórico de la hermandad y casi parte del inconsciente colectivo isleño. Podrá ser o no ser verdad, pero todo historiador deberá citar, aunque sea de pasada, este origen misterioso, maravilloso y romántico de la popularísima efigie.
Lo verdaderamente importante es que la devoción a la imagen de Jesús Nazareno, aparecida o no en el mesón del Duque alrededor de 1760, muy pronto prendió entre los fieles isleños y se afianzó en muy poco tiempo, fundándose en torno a ella la hermandad de los montañeses en 1768, como hemos venido publicando reiteradamente.
En definitiva, se trata de una cuestión más devocional que histórica. Y así nos parece que debe seguir siendo.
Fernando Mosig Pérez
Licenciado en Historia
Revista Cofrade El Penitente
Cuaresma 2006