El fuerte de Matagorda
LA PÉRDIDA DEL FUERTE DE MATAGORDA Y OTRAS ACTIVIDADES
La espaciosa aunque corta lengua de tierra llamada el Trocadero, avanza hacia el centro de la bahía de Cádiz dividida por un profundo y anchuroso caño, que toma el mismo nombre y convierte en isla la porción del Sur. Anterior a la guerra de la Independencia había sido un paraje de mucha actividad y progreso, como astillero y depósito que era de la Marina mercante en la muy comercial Cádiz. Existían en él grandes almacenes de las compañías de la Habana y Filipinas, del Consulado, y hasta un pequeño arsenal adjunto al de la Carraca para las necesidades ligeras y perentorias de los buques de guerra. Durante esta guerra todo desapareció, y más tarde, ante la decadencia mercantil de la capital, perdió aquel sitio toda su actividad.
En la desembocadura de dicho caño, a uno y otro lado, se alzaban los pequeños fuertes de Matagorda y San Luis, que podían cruzar fácilmente sus fuegos al mismo tiempo que dirigirlos con eficacia sobre bahía y la costa de Puntales; tal posición era por consiguiente de una gran importancia estratégica para los bloqueadores.
A primero de febrero de 1810, fue aprobada por la Junta gaditana la destrucción de estos fuertes a petición del almirante inglés Purvis, por creer serían un serio peligro para Cádiz si caían en poder del enemigo; Este acto lo consideró el general Grahan como un error, en carta dirigida al general Stuart del 9 de mayo de 1810: “La destrucción al principio de estos dos fuertes fue ciertamente un gran error del almirante Purvis”.
También autorizó Castaños, previa consulta a la Junta, al general Campbell, Gobernador de Gibraltar, volar las defensas españolas frente al peñón, la llamada línea de la contravalación, si los franceses trataban de apoderarse de ellas. La destrucción de las líneas de San Roque y los fuertes de la bahía de Algeciras, era según Napier, “muy esencial, especialmente para los intereses permanentes de Inglaterra, porque despejaba las vecindades de la plaza y se aseguraba la bahía”. No esperaron los ingleses que los franceses intentaran siquiera tomarlas para proceder a su destrucción, cosa que hicieron enseguida.
Por último, pidió el almirante inglés que cambiaran de fondeadero nuestros barcos, pues le parecía expuesto el sitio de la bahía en que se hallaban, a lo que se prestó de muy mala gana el almirante D. Ignacio Mª Álava, que mandaba la escuadra. Le dijeron al embajador inglés Frere que cuando Álava oyó la explosión de la voladura del fuerte de Matagorda, exclamó: “Ya estarán contentos los ingleses, y más lo estarían si pudieran volar la Carraca.” Esto propició una queja de Frere a Castaños, y cuando de ello tuvo noticias el marqués de Wellesley, que a la sazón estaba en Londres, encargó a Frere que pidiera la separación de Álava del cargo, y así se hizo, siendo enviado al Apostadero de la Habana, cuyo jefe, el general Villavicencio, recién llegado a Cádiz, lo reemplazó en el mando de la escuadra, en el que tan poco gusto había dado a los ingleses.
Los ingleses fueron los encargados de guarnecer el fuerte de Matagorda y San Luis, por lo que procedieron a ocuparlo el 22 de Febrero de 1810. Practicaron en ellos las reparaciones necesarias para ponerlos en estado de defensa y alojarse con alguna seguridad, ya que, como hemos dicho, habían sido desmantelados. Los franceses intentaron, en vano, ocuparlo en repetidas ocasiones, fracasando en el intento al disponer sólo de artillería de campaña. La guarnición del fuerte, reforzado con los navíos y cañoneras que estaban fondeados en sus inmediaciones, resistió valientemente durante dos meses, aun cuando el enemigo lo cañoneaba sin cesar, pero recibiendo de Sevilla artillería de grueso calibre, la montaron en baterías protegidas por las casas del Trocadero; abriendo el 21 de Abril un fuego vivísimo contra los buques y lanchas hasta obligarlos con sus balas rojas a retirarse.
Desde este momento concentraron el fuego sobre el pequeño castillo durante más de treinta horas, logrando derruirlo por completo, no quedando más que setenta y seis hombres disponibles de su guarnición, que pudieron efectuar la retirada merced a algunas lanchas enviadas en su socorro. El reducido destacamento inglés demostró una resistencia y firmeza que lo acreditaron de excelente tropa.
Dueños los franceses de Matagorda; la bahía y el Castillo de Puntales quedaban expuestos a sus fuegos; pero este hecho de armas tan lamentable no logró llevar la intranquilidad a los gaditanos, ya que el enemigo no contaba con la supremacía naval necesaria para intentar un golpe de mano contra la capital ni demás parajes que nos pertenecían. Tal importancia tiene el concurso de fuerzas navales en las operaciones sobre las costas, que un gran ejército se veía detenido en sus movimientos por no contar con aquéllas.
Pocos días después de la pérdida del fuerte de Matagorda, corrió por Cádiz la noticia de que los prisioneros franceses de los pontones pensaban evadirse. El rumor tenía por fundamento la denuncia que hizo José Garnica, soldado voluntario de los del Puntal, ante el Tribunal de vigilancia del barrio del Ave María; el cual declaró que yendo el día 26 a las nueve próximamente de la noche, hacia su casa, sita en el referido barrio, desde la de su madre en la calle de San Rafael, bajó por la plaza de San Antonio a la calle Ancha y en su acera derecha, como en la penúltima o última casa antes del cruce con Amargura, entró a verter aguas menores tras de la puerta y en ese momento oyó a dos hombres que se pararon para hablar junto al umbral de aquella, diciendo el uno al otro:
¿Cómo vamos de proyecto? y si se proporcionaba la cosa.
Sí; contestó el otro.
¿Qué gente habrá en los pontones?
De seis a siete mil hombres.
Alertado el voluntario Garnica, por lo que acababa de oír, se quedó acechando detrás de la puerta y pudo enterarse de que el individuo que había sido preguntado continuaba diciendo: que en ocasión de viento favorable picarían los presos los cables de los pontones, sorprenderían las lanchas de guardia, recogerían las mercantes próximas y así podrían procurarse remolque hacia el Matagorda, de modo que cuando los de acá se apercibieran, ya los franceses, que ocupaban el caño del Trocadero, les secundarían en su intento.
Se despidieron diciéndose agur recíprocamente y añadió el uno:
¿Y la Regencia?
Viene a Cádiz y en viniendo entrarán los franceses en la Isla.
Después de separarse caminaron uno hacia la plaza de San Antonio y otro en dirección a la calle de la Verónica, pero vacilante el inesperado testigo de aquélla en tales circunstancias interesante escena, se dirigió a dar parte de lo sucedido al comisario del barrio, que aun cuando por su prevención anduvo recorriendo durante dos horas las plazas y calles citadas, tales pesquisas resultaron infructuosas como era natural que sucediese, no conservando en la memoria el denunciante otro recuerdo más de los individuos sospechosos que: eran de buen cuerpo, con sombreros elásticos, escarapelas y botas, el uno de carnes regulares, con levita de color blanquizco y el otro más delgado y levita de color obscuro (sic) como azul.
Ya veremos más adelante como los dichos que acoge el pueblo tienen generalmente confirmación. Por entonces se recomendó la mayor vigilancia a las fuerzas encargadas de la custodia de los pontones y la cosa no tuvo consecuencias.
Si bien la conquista de Matagorda produjo en el enemigo inmoderada alegría y la celebraron con entusiasmo, no por eso dejaban de apreciar que en los dos meses de cerco transcurridos no habían adelantado ni un paso para llegar a la capital, y ya empezaban a comprender sus generales que el bloqueo sería muy largo, al comprobar que la Isla de León se hallaba bien abastecida por mar; lo que confirmaban frecuentes noticias que recibían de Cádiz por los que iban a reunirse con sus familiares que vivían en territorio enemigo, para procurarles algún socorro.
Por la parte del Sancti Petri, en la noche del 17, se oyó a los enemigos efectuar trabajos avanzados, por delante de su batería del Frontón, lo que dio lugar a que rompieran el fuego nuestras cañoneras del puente Suazo con tan mala suerte que a la número 17 le reventó el cañón a las dos de la madrugada, hiriendo a un oficial y ocho individuos, todos graves menos dos. Hubo también averías de menos importancia en otras lanchas, como la rotura de cáncamos y bragueros de las piezas de artillería. No abandonaron por ello su puerto y sólo cuando la vaciante no les permitía descubrir nada desde los caños, emprendieron la retinada.
Más abajo, en la bocana del caño, también se notaron trabajos destinando dos obuseras para interrumpirlos, cosa que lograron; pero reparándolos el enemigo durante la noche, al día siguiente hicieron fuego desde aquella batería sobre un barco mercante que trataba de remontar el caño. Avanzó la división naval de Gallineras y con auxilio de la batería de los Ángeles, situada a tiro de los trabajos del contrario, pudieron hacerle callar; sin embargo, en lo sucesivo, los barcos tuvieron que intentar la subida del caño durante la noche.
Las lanchas de la división del E. del Trocadero se hallaban en actividad constante, ya respondiendo al fuego de los cañones enemigos de Puerto Real, ya iniciándolo ellas para proteger el paso de los barcos del comercio de una a otra parte de la bahía. Para mantener tanta actividad bélica necesitaban un gran repuesto de municiones, lo que hacía estuvieran muy sobrecargadas y poco marineras y, para evitar esto, se destinó una embarcación adecuada comos depósito de municiones, la cual se fondeó en lugar que permitía surtir a la división con facilidad.
De resultas del nombramiento del malogrado Duque de Alburquerque para Embajador en Londres, fue designado para sustituirle en el mando de las fuerzas de la Isla de León el General Blake, que verificó su entrada en San Fernando el 21 de Abril.
Entonces ordenó el Gobierno viniera a Cádiz la división Vigodet, fuerte de 5.000 hombres, que se hallaba en Alicante, llegando a componerse el ejército de la defensa de unos 18.000 sin contar las tropas de los aliados; número que siguió creciendo de día en día con los muchos individuos que venían a alistarse desde las provincias del litoral; unos procedentes de otro cuerpos del Ejercito, los cuales no podían incorporarse a sus banderas; otros, buenos ciudadanos que, no queriendo permanecer inactivos y expuestos a las vejaciones del enemigo, corrían solícitos a empuñar las armas.
La aglomeración excesiva de tropas y población civil, tanto en Cádiz como en la Isla, hacían temer por la salud pública, dada la falta de habitaciones y locales a propósito para unos y otros; por lo cual, además de algunas disposiciones que adoptó la Regencia respecto a la entrada en Cádiz de forasteros, ordenó que las tropas del Ejército acampasen fuera de las poblaciones, así como establecer en los mismos parajes sus hospitales, la Junta Superior de Sanidad publicó un reglamento dictando medidas de higiene, aseo y limpieza, siempre necesarios y más en tan críticas circunstancias.
Como detalle de organización curioso y que prueba hasta que punto trataban de utilizar todos los recursos de que disponían los encargados de dirigir la defensa, debe citarse la creación del batallón de voluntarios solteros de la Isla de León.
Se dispuso la formación de éste el 28 de Marzo de 1810, contribuyendo a nutrirlo los tres batallones de la Milicia honrada de la localidad, dando el mando y los cargos de Jefes y Oficiales a los del provincial de Jerez, disuelto al haber ocupado su territorio el enemigo. Debía componerse dicha fuerza de los solteros de 16 a 45 años de edad, incluyendo a todos los vecinos en tal estado que no fuesen matriculados. No debería el batallón ausentarse de la Isla y sus individuos habían de disfrutar el mismo prest que los de Infantería de línea, socorriendo además a las madres viudas, padres impedidos de trabajar, etc. con el fondo destinado para la Milicia honrada.
Se ordenó también la formación entre ésta de algunas compañías de obreros, reuniendo en ellas los albañiles, carpinteros, herreros, etc., sujetos a disciplina militar y debiendo acudir a los trabajos de fortificación al mando de sus propios oficiales, y ser socorridos con jornales proporcionados. También la Milicia facilitó gente para la creación de un cuerpo especial de policía, destinado a mantener el orden público, y en la misma fecha se estableció un Juzgado de vagos, tanto en Cádiz como en la Isla.
Por aquellos días, convencidos los franceses de que la mayor fuerza de los bloqueados eran los auxilios que recibían por mar, dispusieron el armamento de barcos corsarios en Sanlúcar.
BIBLIOGRAFÍA.
Francisco Obanos; La Marina en el bloqueo de la Isla de León.
Marqués de Villaurrutia; Historia de España.
Adolfo de Castro; Historia de Cádiz y su provincia.
Asociaciación AS de GUIA.
Para El Güichi de Carlos.
Septiembre 2010