En la mayoría de los locales abiertos al público con ánimo de negocio (y por negocio se entiende el obtener beneficio a través de transiciones de compra y venta) existe un lugar donde generalmente los clientes no suelen entrar ú observar que se guarda en el mismo. Este lugar cada vez es menos nombrado en la actualidad y es conocido como almacén, donde se guardan los artículos y mercaderías. Resulta que en “aquellos tiempos” todo “Güichi”, Taberna, Posada, Ultramarinos, Colmado y Casa de….., solían tener generalmente muy cerca del mostrador una pequeña – a veces grande- habitación que era conocida como “La Trastienda”.

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Refrescos NIK. Anuncio inserto en 1962. Fotografía reeditada por www.elguichidecarlos.com

Nota a la foto: La fábrica y almacén de NIK se encontraba en el entonces callejón del Hospital de San José, hoy local de la imprenta Bellido en la calle Virgen de los Desamparados.

La trastienda hacía las veces también como almacén en aquellas industrias que no poseía grandes dimensiones en los locales pero, generalmente, era el lugar dónde el industrial o chicuco guardaba o almacenaba los artículos para reponer una vez vendidos los que se encontraban a la vista de los parroquianos. Colgadas del techo por una “gita” soga o cuerda, las butifarras, morcillas y longanizas chorreaban la pringe hacia el suelo. Con el tiempo, los chicucos se inventaron cortando la mitad de las latas de mortadela hacer un soporte que recogía los sudores de las chacinas. Los quesos y la barrica de arencones aromatizaban el lugar.

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Juan Márquez Benítez. Vendía de «tó». Fué un distribuidor de bebidas de las marcas más populares. También se dedicó a la venta de muebles. Publicidad del año 1962. Fotografía reeditada en www.elguichidecarlos.com

También en los ultramarinos que en La Isla siempre se nombraron como “Casa de…..” –con el nombre del comerciante-, existían barriles o botas de vino que hacía de madre a los toneles más pequeños que se encontraban cara al público. En la trastienda solo el chicuco conocía las labores que realizaba, no sin antes, haber echado la cortina para no ser visto desde las mesas donde los parroquianos se encontraban jugando a las cartas o juegos como el dominó. Ojos que no ven…..

El reparto del vino directamente desde las bodegas se realizaban bien en carros, camiones y posteriormente en paqueteras. Las garrafas de vino de una y media arroba las aportaban las bodegas y estaban forradas de caña o esparto resguardando al vidrio para no romper al golpear al subir o bajar de los carros o camiones de reparto.

Independientemente de los cajillos de madera – que pesaban una barbaridad – de quintos de cervezas de las marcas “La Cruz Blanca” “La Cruz del Campo” o “El Gavilán”, también se amontonaban los sifones –agua de sed- “De Celis” o los conocidos refrescos “NIK”, cuyas fábricas y almacenes se encontraban en la calle Calderón de la Barca y callejón de la Plazoleta de San José, junto al Hospital. Las gaseosas más conocidas entonces fueron La “Revoltosa” o “La Casera”. De refrescos podían tener cualquier experimento de combinación casera entre gaseosa y zarzaparrillas.

A mediados de los años 50 comienza la invasión de marcas por parte de Coca Cola y Pepsi, siendo esta última marca quién generalizó en todas las paredes de los negocios de bebidas la clásica latilla con sus tres colores corporativos. Por supuesto que más tarde llegó la “Mirinda” de naranja y limón. Recordar que en “aquellos tiempos” el color de la imagen corporativa de Coca-Cola era amarillo. Tanto los camiones como los cajillos de 24 unidades botellín de 200 cl, se encontraban pintados de amarillo, y el nombre comercial de rojo.

Esta es prácticamente la definición de una trastienda de un viejo güichi de las décadas de los años cuarenta a los setenta del siglo pasado. Pero especialmente en las trastiendas también tenía un lugar donde el dueño o arrendatario del negocio solía guardar el dinero en efectivo, para el pago de facturas y suministros que se hacía “al canto”. A la hora del cierre, el dinero se llevaba escondido entre el fajín y el pantalón o en los bolsillos en una “taleguita” (bolso para el dinero) a las casas, y el dinero dormía en la mesilla de noche o bajo el colchón del chicuco para que, a la mañana siguiente, otra vez de camino al “Güichi”. Así día a día, semana a semana, mes a mes y año a año. De guardar en cuentas corrientes nada. Se pagaba al canto y se descansaba de la deuda. Fueron tiempos donde se ganaba la reputación personal cumpliendo con los pagos.

Pero hay que reconocer que las trastiendas, entre el carrillo de mano -que era un “peazo” de carro- la pileta del agua para lavar los vasos, la tinaja y el jarrillo de lata, también sirvieron de dormitorio de aquellos niños que trabajaban desde la mañana al cierre, sin descansos semanales, vacaciones o días de asuntos propios y absentismo que hoy están tan generalizados. Estos niños definidos realmente como chicucos, se hacían de un futuro trabajando por aprender un oficio y la comida del día. Dormían sobre una mesa, sacos de granos o cualquier superficie que aguantara el peso del chiquillo que, al levantar por la mañana le dolía todo el cuerpo y encima era goteado por los embutidos colgados en las vigas, y molestado por los mosquitos de las canillas de los barriles.

Del güichi a la trastienda se solía cruzar por una abertura cubierta por una cortina de tela de sacos de los que se utilizaban para transportar las verduras, las patatas y todo alimento con un peso aproximado a los 50 kilogramos que los portadores inclinando el cuerpo cargaban a sus espaldas.

La trastienda, indirectamente también era la alacena (1) de las casas. Los mandaos se compraban cuando hiciera falta y nada de cantidad. Lo que hacía falta. Un octavo de garbanzos, cuarto y mitad de tocino, cien gramos de café, dos arencones, un botellín de vino para la comida, 50 gramos de mortadela o dos onzas de chocolate para la merienda. La casera fresca porque no tenían nevera, etc. Nuestras madres no tenían porque comprar como hoy lo hacemos por semanas o quincenas, carros llenos o carros medio vacíos hiendo una vez a los centros comerciales. No, nuestras madres cuando ellas no podían ir decían…….. “Vé encá de….. y te trae los mandao”. El ir “po lo mandao”, era una, dos, tres y cuantas veces hiciera falta. En todos los barrios teníamos siempre al chicuco considerado como ¡carero¡ y el “má mirao”. Si por no ir al “má mirao” que normalmente era quién se encontraba más lejos comprabas en el “má caro”, encima te llevaba hasta un tortazo.

Carlos Rodríguez.-
El Güichi de Carlos.
Diciembre 2008.